El ayuno no tiene que ser una causa de amargura
Si el creyente se constriñe a sí mismo y dice: “¿Qué otra cosa puedo hacer? ¡Es viernes y tengo que ayunar!”, lo que hará es sufrir.
Con el ayuno, el hombre demuestra su buena disposición ante Dios. Hace, desde la grandeza de su alma, una forma de ascesis, y Dios le ayuda.
Sin embargo, si se constriñe a sí mismo y dice: “¿Qué otra cosa puedo hacer? ¡Es viernes y tengo que ayunar!”, lo que hará es sufrir. En tanto que, si entendiera el propósito del ayuno, lo practicaría con agrado, pensando que, en ese día, nuestro Señor fue crucificado por todos nosotros. Y a Él no le dieron ni agua de beber, sino hiel… ¡y yo bebo agua todo el día! Si uno se acostumbra a pensar así, al ayunar sentirá en su interior un gozo mucho más sublime que el de quien bebe el agua más refrescante.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Viața de familie, traducere din limba greacă de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Editura Evanghelismos, București, 2003, pp. 196-197)