El consuelo que nos brinda la gratitud con Dios
A menudo, el lecho de enfermedad se convierte en el mejor lugar para conocer a Dios y también para conocerse a uno mismo.
Si el hombre es como un tallo de hierba, ¿cuánto vivirá hasta que sea arrancado o cortado? Un solo instante basta para arrebatarle la salud y arrojar su cuerpo, ya sea a la fosa del sepulcro, o al lecho de una enfermedad cruel y prolongada. El Evangelio nos enseña que no hay aflicción que venga a nosotros sin la voluntad de Dios.
Así, hermanos, agradezcámosle a Dios desde nuestro lecho de enfermedad, tal como Job le agradeció cuando tenía su cuerpo lleno de pústulas malolientes. ¡La gratitud con Dios suaviza el terrible filo de la enfermedad! ¡Agradeciéndole a Dios, el enfermo recibe un gran consuelo espiritual! El corazón gobernado y endulzado por el agradecimiento a Dios, es restaurado con la fuerza de una fe viva. Iluminada por la luz de la fe, la mente empieza a contemplar la maravillosa Providencia Divina, siempre vigilante sobre todas las criaturas. Esta contemplación lleva al arrebato espiritual, por el cual el alma empieza a agradecerle abundantemente a Dios, glorificándolo y exaltando Su santa Providencia, y abandonándose a Su santa voluntad.
A menudo, el lecho de enfermedad se convierte en el mejor lugar para conocer a Dios y también para conocerse a uno mismo. Es entonces cuando los sufrimientos del cuerpo devienen en motivo para el gozo espiritual, y el lecho del enfermo se ve aspergido por sus lágrimas de contrición y de regocijo en Dios.
(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, De la întristarea inimii la mângâierea lui Dumnezeu, Editura Sophia, 2012, pp. 159-160)