Palabras de espiritualidad

El corazón del padre espiritual

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Aún cuando habla con sus semejantes, el padre espiritual tiene el “oído” de la mente despierto en el corazón, de manera que pueda percibir “hasta el más ligero movimiento del Espíritu de Dios”, el primer pensamiento que brota del corazón.

El corazón del padre espiritual se diluye con la contrición y la incesante presentación ante Dios. Su mente atraviesa, al mismo tiempo, lo profundo, lo alto y lo ancho de los Caminos del Señor. Un mundo de indescriptible belleza se revela al espíritu del hombre, por medio de la oración. La oración revela tanto las oscuras profundidades del infierno como las luminosas esferas celestiales. El conocimiento de este camino otorga a su vida perseverancia y una paz profunda. Con todo, para encontrar el estado de “sentir el ritmo interior de cada persona que viene a buscarle”, el confesor necesita refugiarse constantemente en Dios con un corazón lleno de dolor, y buscar con fervor conocer Su voluntad y las palabras adecuadas para expresarla, para beneficio y aliento de sus hermanos. Aún cuando habla con sus semejantes, el padre espiritual tiene el “oído” de la mente despierto en el corazón, de manera que pueda percibir “hasta el más ligero movimiento del Espíritu de Dios”, el primer pensamiento que brota del corazón.

El padre espiritual —en este estado profético en el que guarda el camino de la voluntad de Dios, por medio de la oración de contrición— da a conocer esa voluntad a sus hermanos, aunque enfrentando determinadas dificultades. Ciertamente, la palabra que viene por medio de la oración es un don de lo Alto. Es una palabra que “nos revela las esferas eternas del Espíritu eterno”, que son, en esencia, más excelsas que la misma palabra. Semejante palabra está llena de la Gracia del Espíritu Santo y, sin embargo, debe ser dirigida a unos seres humanos “espirituales”, pero que rechazan “las cosas del Espíritu de Dios” y las consideran “una necedad” (I Corintios 2, 14). La palabra de Dios tiene como propósito provocar el renacimiento del hombre, y no “triturarle (Mateo 21, 44). Pero, para esto, quien reciba la palabra debe estar preparado para sacrificarse. Esta palabra es un don del amor de Dios y un llamado para alcanzarlo. Y este amor hace que en el hombre brote “una serie completa de distintos tormentos del espíritu”. El martirio espiritual es más excelso que el propio ser, es metafísico y se prolonga a la eternidad. Por eso, cuando el padre espiritual entiende que su discípulo es “religioso”, pero no pero no “espiritual”, y no tiene la determinación necesaria para renunciar a sí mismo y salir luchar, no busca directamente la palabra de Dios por medio de la oración, sino que desciende a su nivel, hablándole desde su propia experiencia humana. Apiadándose así de su discípulo, evita exponerle al terrible pecado de la lucha contra Dios.

(Traducido de:Arhimandritul Zaharia, Lărgiți și voi inimile voastre!, Editura Reîntregirea, Alba-Iulia, 2009, p. 209)