Palabras de espiritualidad

El cristiano no debe ser un timorato

  • Foto: Valentina Birgaoanu

    Foto: Valentina Birgaoanu

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El cristiano no vive “en las nubes”, como se dice popularmente. Él atrapa la realidad y la vive. Abraza lo que lee en el Evangelio y en los Santos Padres, viviéndolo, meditándolo, sumergiéndose en ello, haciéndolo vida. Se convierte en un fino receptor de las buenas nuevas de Dios.

Recordemos sin cesar al Señor; con esto, nuestra mente irá adquiriendo más fuerza. La fuerza de la mente proviene de su lucidez. Y esta última no es sino el amor a Dios. Es mantener siempre en tu mente y en tu corazón a Cristo, aún cuando te dedicas a otras cosas. Es necesario, pues, sentir ese amor a Cristo, ese calor del corazón...

Si vivimos en la Gracia, el mal no se nos acercará. Si no vivimos en lo divino, el mal nos rodeará, nos inundará el tedio y sufriremos mucho. Si el hombre siente tedio, abandono, es que no está bien en lo espiritual. Si vemos a un hombre tranquilo, discreto, que parece tener también el don del discernimiento, diremos: “¡He aquí un hombre muy bueno, un santo!”. Sin embargo, podría tratarse de un timorato. Los débiles, los apocados, los perezosos y los dejados no le agradan a Dios. La pereza es una cosa muy mala. La dejadez es una enfermedad, un pecado. Dios no quiere que seamos unos apocados. “¡Se me olvido hacer esto y aquello!”, o, “¡Se me olvidó cerrar la puerta cuando salí!”. ¿Que significa “se me olvidó”? ¡No olvides nada! ¡Mantente atento! Al contrario, el esfuerzo, la perseverancia, el movimiento y la acción son verdaderas virtudes.

El trabajo espiritual es lucha, lucha espiritual. Mientas más menos equilibrados seamos, más sufriremos. Por el contrario, mientras más devotos y atentos seamos, más felices seremos. Atentos a nuestra alma, devendremos en individuos más juiciosos, por la Gracia de Dios.

El cristiano no debe ser un dejado, no debe permitirse dormitar. A donde vaya, debe volar, tanto con su oración como con su mente. En verdad, el cristiano que ama a Dios puede volar con su mente. Volar a las estrellas, en misterio, a la eternidad, a Dios. Puede ser un “astronauta”. Debe orar y sentir que también él deviene en Dios por la Graica. Debe convertirse en una pluma y elevarse con su mente.

Pero, atención, que ese pensamiento no es simple fantasía. Cuando decimos “volar”, no se trata de una fantasía; es una realidad, no una figuración. El cristiano no vive “en las nubes”, como se dice popularmente. Él atrapa la realidad y la vive. Abraza lo que lee en el Evangelio y en los Santos Padres, viviéndolo, meditándolo, sumergiéndose en ello, haciéndolo vida. Se convierte en un fino receptor de las buenas nuevas de Dios.

(Traducido de: Părintele Porfirie, Ne vorbește părintele Porfirie, Editura Egumenița, p. 236-237)