El Cuerpo y la Sangre de Cristo, nuestro alimento en el camino al Reino de los Cielos
Se une al Señor quien comulga con merecimiento de los Santos Misterios. Y quien tiene arrepentimiento verdadero, corazón puro, temor de Dios y una fe sólida, recibe el Cuerpo y la Sangre del Señor y, al mismo tiempo, al Espíritu Santo.
Obtenemos el Espíritu Santo, participando de los Santos Misterios de nuestra Iglesia y de la Eucaristía. Nuestro Señor Jesucristo dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.” (Juan 6, 54-56). Es decir, se une al Señor quien comulga con merecimiento de los Santos Misterios. Y quien tiene arrepentimiento verdadero, corazón puro, temor de Dios y una fe sólida, recibe el Cuerpo y la Sangre del Señor y, al mismo tiempo, al Espíritu Santo. Éste lo prepara para que pueda recibir a Jesucristo y a Dios Padre; es decir, le ayuda a devenir en Iglesia y morada del verdadero Dios en Trinidad. Al contrario, el que comulga de la Sangre y el Cuerpo del Señor siendo indigno de ello, con el alma impura, con el corazón lleno de iniquidad, con maldad y odio, no sólo no recibe el Espíritu Santo, sino que también se convierte en un traidor como Judas, crucificando nuevamente a Cristo.
El Cuerpo y la Sangre del Señor son un don para el que comulga con merecimiento, un medicamento que sana cualquier enfermedad y debilidad. ¿Quién de nosotros se halla completamente sano? ¿Quién no necesita salud, consuelo y alivio? El Cuerpo y la Sangre de Cristo es nuestro alimento en el camino al Reino de los Cielos. ¿Es posible partir de viaje, sin llevar los alimentos necesarios? El Cuerpo y la Sangre de Cristo son el medio visible de santificación que nos dejó el mismo Señor. ¿Quién no quisiera ser partícipe de semejante herencia y, así, santificarse? Entonces, no sean indiferentes y acérquense al Cáliz de Vida, pero háganlo con temor y fe en Dios. Quien lo rechaza o descuida, es que no ama a Cristo y por eso no recibirá el Espíritu Santo y tampoco podrá entrar al Reino de los Cielos.
(Traducido de: Glasul Sfinţilor Părinţi, traducere de Părintele Victor Mihalache, Editura Egumeniţa, 2008, pp. 352-353)