El deber de cada esposo
A tu compañera de vida, a la madre de tus hijos, al cimiento de toda alegría en el hogar, no debes corregirla con salvajismo y amenazas, sino con amor y buenos modales.
Tú, hombre, escucha lo que dice Pablo, quien aconseja a la mujer para que se te someta, y te exhorta a que la elogies y la admires. Pero también mira lo que dice más adelante: “Hombres, amad a vuestras esposas tal como Cristo amó a la Iglesia, entregándose a Sí mismo por ella” (Efesios 5, 25). Si antes se nos presenta un modelo de sumisión, ahora se nos da uno de amor. ¿Quieres que tu esposa se te someta tal como la Iglesia se somete a Cristo? Cuídala, tal como Cristo cuida a Su Iglesia. Y si tuvieras que dar tu vida por ella, o ser cortado en mil pedazos, enfrenta y soporta todo, sin rechazarlo. Porque, hagas lo que hagas, jamás podrás compararte con lo que Cristo hizo por la Iglesia, ya que tú lo estarás haciendo por alguien a quien estás unido, en tanto que el Señor sufrió por esa que se volvió en contra Suya y lo despreció. Así pues, cuando Cristo, no con amenazas ni con ofensas o atrocidades, sino con mucho amor y mansedumbre, con cuidado y sacrificio, logró inspirar confianza en aquella que tanto le había hecho sufrir, lo mismo debes hacer tú, así es como debes comportarte con tu esposa. Si no te presta atención, si te enfrenta con orgullo, si te desprecia, podrás corregirla con tu cuidado, tu amor y tu bondad, no con tu ira ni amenazándola. Solamente a un sirviente podrías enderezar así. O quizás ni siquiera a un sirviente, porque se enfadará también y dejará de servirte. A tu compañera de vida, a la madre de tus hijos, al cimiento de toda alegría en el hogar, no debes corregirla con salvajismo y amenazas, sino con amor y buenos modales.
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Problemele vieții, Editura Egumenița, p. 105, Galați)