El día del Señor
Mucho más que cualquier otra fiesta religiosa, tenemos la obligación de honrar el día de la Resurrección de Cristo, es decir, el santo día domingo.
Es nuestro deber honrar las fiestas santas, refrenándonos de toda maldad, apartando la impureza y asemejándonos a los santos —quienes se hicieron agradables a Dios—, leyendo sus hagiografías y esforzándonos con el corazón en saber: ¿por medio de qué virtud se hicieron dignos de recibir el Reino de los Cielos? ¿Cómo fue que lograron despreciar lo vacuo de esta efímera vida? Porque muy a menudo partimos de este mundo antes de haberlo conocido. Y nuestra riqueza, esa que tanto sacrificio y tanto trabajo nos costó reunir, en un momento se convierte en nada. Pensando en todo esto, los santos se entregaron al trabajo, las vigilas y la templanza. Entonces, hermanos, también nosotros tenemos que buscar la salvación, tomando el ejemplo de los santos y poniéndolo en práctica.
Mucho más que cualquier otra fiesta religiosa, tenemos la obligación de honrar el día de la Resurrección de Cristo, es decir, el santo día domingo. En este día comenzó el mundo visible; en este día, el Santo Arcángel Gabriel le anunció la Buena Nueva a la Santísima Virgen sobre la encarnación de nuestro Señor Jesucristo; en este día, nuestro Señor y Dios resucitó de entre los muertos, destruyendo el infierno. Con Su muerte, muere también nuestra mala y perversa voluntad.
Celebremos con júbilo el glorioso día de la encarnación de Cristo, de Su Resurrección y del principio de todo el mundo visible, embelleciendo con cánticos espirituales nuestras santas iglesias, regocijándonos en el corazón y en el alma con lecturas de provecho espiritual.
Ciertamente, nuestro Dios y Señor dispuso todo esto, cuando le dijo a Moisés: “Seis días trabajarás y en ellos harás todas tus faenas; pero el séptimo día es día de descanso en honor del Señor, tu Dios”. (Génesis 20, 8-11).
(Traducido de: Sfântul Clement de Ohrida, Cuvinte și învățături de folos pentru orice creștin, Editura Sophia, 2014, pp. 23-24)