El don de Dios, nuestro auxilio inmediato
El don de Dios se convierte en un muro protector para el hombre y lo cuida en su paso por esta vida, a la espera de poder entrar en la eternidad.
El monje se asemeja a un soldado que se alista para ir a la guerra, protegiéndose con una armadura. (El soldado) se mantiene alerta todo el tiempo y se esmera en prepararse, para que la contienda no le sorprenda desprevenido y no verse apresado por el enemigo. Del mismo modo, el monje, si se confía, terminará cayendo en la indolencia y el enemigo le atrapará con facilidad. ¿Cómo? Llenándolo de pensamientos impuros, que el monje irá aceptando con agrado: pensamientos de soberbia, de envidia y murmuración, de gula y de dormir sin medida, y también de desesperanza y de negación del mal. Pero, si está atento, atraerá el auxilio de la Gracia de Dios y se apoyará en ella; con esto, la Gracia estará exaltando a Dios, y también ella será exaltada. Porque, tal como cuando nos vemos en el espejo, es nuestra propia imagen lo que vemos, el don de Dios, cuando viene al hombre, lo glorifica y es también glorificado. Y, sin su auxilio, el corazón no puede ser rebosado ni llenarse de humildad para dar testimonio del Señor, sino que se queda pobre y privado de las bondades celestiales, razón por la cual se convierte en morada de pensamientos perniciosos y desagradables, como un cuervo nocturno en lo despoblado.
Luego, el hombre debe invocar el don de Dios para que este le ilumine la mente y lo purifique, de manera que la Gracia permanezca con él y lo auxilie en el cumplimiento de las virtudes. Así, iluminado por la Gracia, el hombre es capaz de entender lo que significa la eternidad y su belleza. La Gracia, entonces, se convierte en un muro protector para el hombre y lo cuida en su paso por esta vida, a la espera de poder entrar en la eternidad.
(Traducido de: Sfântul Efrem Sirul, Cuvinte și învățături vol. 1, Editura Bunavestire, Bacău, 1997, p. 148)