El don de sanación de las santas reliquias
Presentamos aquí una breve entrevista con San Jacobo Tsalikis (1920-1991), donde se nos explica el sentido de la veneración de las reliquias de los santos.
¿Cuál es el sentido de la existencia de las santas reliquias en la Ortodoxia y cómo podemos valorar su don de sanación y su bendición?
—Un día, aún desconocido por nosotros, resucitarán, según la voluntad y el mandato de Dios, como nos lo adelantó nuestro Señor Jesucristo, cuando dijo que “todos resucitarán”. Esas osamentas emanan una fragancia especial, porque en las santas reliquias moraba, o, mejor dicho, mora un alma inmortal. Y aunque se deterioren al estar en la tierra, algún día esas reliquias volverán a tener vida, resucitarán y se presentarán de nuevo, como eran al comienzo, ante el Trono del Juicio de Cristo.
En el monasterio, usted tiene las reliquias del Venerable David (de Eubea). Cuéntenos algo de lo que esas santas reliquias obran entre los fieles.
—Puede que las santas reliquias del Venerable David parezcan simples osamentas. Pero ellas irradian esa fragancia que mencioné antes y ayudan a muchos a sanar, no solo de enfermedades físicas, sino también de todas las pasiones espirituales que vemos hoy en día. Las santas reliquias del Venerable David tienen una fuerza sanadora, porque en su interior reside el Espíritu Santo. Su santa cabeza realiza muchos milagros, cuando con ella hacemos la Señal de la Cruz sobre quienes lo necesitan. Él los sana con la fuerza de su corazón. A nuestro monasterio vienen muchos enfermos de cáncer o de otros padecimientos muy graves, y las santas reliquias los sanan. Vemos, pues, que en estas santas reliquias está la bendición de Dios y el don del Espíritu Santo. San David es un gran sanador, y los santos obran milagros cuando ven nuestra fe en Dios, como Cristo Mismo lo dijo: “¡Creed en Dios! ¡Pedid y se os dará!”. La gracia de los santos está viva y activa, y sus santas reliquias tienen una gran fuerza de sanación, curando y también ofreciendo santidad al cuerpo y al alma de quienes se acercan a ellas.
¿Cómo puede el creyente sentir el don de sanación y la bendición de las santas reliquias, al hallarse frente a ellas? ¿Cómo deben entender todo esto los cristianos?
—Las santas reliquias tienen la Gracia de Dios. Muchas veces decimos que también los santos fueron hombres en este mundo, como San Juan el Ruso. Pero él se apareció después de morir, y dijo: “Las personas creen que yo duermo en ese cofre, que estoy muerto. Pero estoy vivo. La gente cree lo que mira, y miran que estoy durmiendo. Pero diré una sola cosa: hay mucho pecado en el mundo, mucha impureza y mucha incredulidad”. San Juan el Ruso dijo esas palabras, no yo, porque soy un indigno. Y decía San Juan que era necesario que hubiera una guerra en el mundo, porque el pecado se ha extendido por todas partes.
Y predijo la guerra, además de una multitud de catástrofes naturales, como las inundaciones que hemos sufrido aquí en Euba. Pero su don es inmenso. “Los fieles creen que yo duermo en ese cofre. Yo los veo a todos, y veo también mi cuerpo. Y muchas veces salgo del cofre”. Una vez, el santo estaba afuera del cofre y dijo: “Ellos no me ven, pero yo los veo y escucho lo que dicen”. Y se metió nuevamente en el cofre y se recostó como una persona normal. Porque las reliquias de nuestros santos tienen la vida eterna. En estas osamentas “muertas”, como podríamos llamarles, hay una vida inmortal, un espíritu inmortal y un alma inmortal.
Un día, vino a buscarme un hombre originario del mismo lugar que San David. Estuvo cuatro días en nuestro monasterio, y me dijo: “¡Cuánto bien hace la Iglesia, padre! Durante 25 años, cada vez que iba a la iglesia, me quedaba un rato y después me iba. Llevo tres días aquí, participando en la Divina Liturgia completa y, padre, ¡qué palabras tan hermosas se dicen ahí! Dios y San David vendrán a morar en mí”.
Pude ver la contrición de este hombre, además de la fuerza de su fe, y entendí cómo la semilla y la Palabra de Dios habían caído en tierra fértil. Y me alegré mucho, porque vienen almas y personas con sus sufrimientos, sus pecados, sus faltas… Y, de hombres “viejos”, devienen en hombres nuevos.