Palabras de espiritualidad

El ejemplo de los grandes ascetas

  • Foto: Doxologia

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¡En verdad, qué sobrecogedora es la simple presencia de uno de los grandes ascetas del Santo Monte Athos! Es algo inenarrable. Con razón la literatura monástica los llama “ángeles encarnados”.

El asceta vino al pabellón, subió las escaleras, hizo una inclinación con humildad y se sentó en una esquina de la habitación. La práctica de la ascesis había trazado ya algunos surcos en su rostro enjuto, las largas y continuas vigilias habían hecho que sus ojos se hundieran cada vez más en sus cuencas, los severos ayunos habían ido dejando una huella en aquel santo y pálido rostro, en tanto que la práctica de la oración incesante le daba al aspecto general del monje una extraña grandeza. ¡En verdad, qué sobrecogedora es la simple presencia de uno de los grandes ascetas del Santo Monte Athos! Es algo inenarrable. Con razón la literatura monástica los llama “ángeles encarnados”. Caminando por el desierto, el filósofo cínico Diógenes sin duda habría apagado su linterna. Claro está, el asceta no puede constituir integralmente un modelo para la vida terrenal, pero también el mundo cristiano, apropiándose del espíritu de sacrificio de este creyente tan excepcional, podría acercarse mucho más a Cristo y hacerse mucho más consecuente con su propia Religión, más útil a sí mismo, y renunciar a la hipocresía que conforma la túnica barata de las almas tibias...

—¿De dónde viene, hermano? —le preguntó el monje Crisóstomo.

—Del Desierto —respondió el asceta con la mirada dirigida al suelo, tal como acostumbran a hablar los eremitas.

—¿Trae usted algo de trabajo manual para el monasterio?

 —Sí, tal como lo ordenó el venerable higúmeno.

—Y, si me lo permite, ¿quién es su padre espiritual?

—El anciano Dositeo, quien hace unos días descansó en el Señor.

—¡Ah! —exclamó con admiración el monje Crisóstomo— ¿es usted discípulo del padre Dositeo? Con su muerte se extinguió uno de los astros más luminosos de la vida contemplativa de Athos… 
¡Sea que todos podamos participar de sus oraciones!

—¿Cómo está todo en el desierto, padre? —preguntó, desde su asiento, el teólogo.

—Con las oraciones de los Santos Padres, muy bien.

—¿Está usted satisfecho con su vida allí?

—Si llevo ya más de veinte años viviendo voluntriamente en el desierto, no hay duda de que estoy satisfecho.

—Me imagino que sus condiciones de vida son muy severas, reverendo padre…

—Yo no las llamaría así. Yo simplemente diría que son ascéticas —interrumpió el monje Crisóstomo.

—¿Usted cree que la ascesis que practica es indispensable, al grado que en determinado punto pueda llegar a tiranizar su propio cuerpo? —insistió el teólogo.

—Le ruego que me perdone —respondió el asceta, conmovido—, pero para responderle tendría que saber en qué calidad me dirige esa pregunta.

—Soy egresado de la Facultad de Teología.

—Entonces, lo que usted conoce de la vida ascética lo habrá leído en los Santos Padres —dijo el asceta, con un tono de voz que denotaba cierta sospecha—. Pero, si todos sabemos que los Santos Padres consideraban la ascesis algo indispensable, y por eso ellos mismos la practicaban, no hace falta explicar más….

—Pero es que no todos los Padres de la Iglesia practicaban la ascesis, padre. Tengo entendido que lo hacían solamente los llamados “ascetas”, “anacoretas” o “eremitas”, a quienes, reconozco, no he estudidado en profundidad...

—Sí, hermano. Nosotros consideramos a los Padres Ascetas como nuestros mentores y ellos son el pilar de nuestra vida hesicasta. Sin embargo, ¿cómo es posible que usted no sepa que también aquellos Padres que tenían una actividad social más intensa vivían de forma ascética, a pesar de sus múltiples responsabilidades como obispos y arzobispos? ¿O es que San Juan Crisóstomo, por ejemplo, no tuvo que ayunar hasta el final de su vida de mártir, permaneciendo despierto en oración durante durante largas noches, mientras era sostenido por cuerdas que él llamaba “horcas”, luchando contra la necesidad natural del sueño, aunque en sus años mozos vivió en un monasterio con reglas muy severas?  ¿O desconoce usted que también San Basillio el Grande era un asceta, en el sentido más completo de la palabra, y que su mustio cuerpo no habría podido resistir ni el más leve de los tormentos a los que, se cuenta, el prefecto arriano llamado Modesto había amenazado con someterlo? ¿O es que San Gregorio el Teólogo, un gran amante de las privaciones, “este viejo cisne del Ponto” no fue un gran asceta, el cual, por amor a la hesiquia, renunció a la alta y tan codiciada sede episcopal de Constantinoplal, con la misma alegría con la que muchos hoy se abalanzarían para obtener una simple ordenación como diácono? ¿No le parece que así es como debemos entender estas cosas?

Y, bajando nuevamente la mirada, el asceta guardó silencio...

(Traducido de: Teoclit Dionisiatul, Dialoguri la Athos, Vol. I – Monahismul aghioritic, traducere de Preot profesor Ioan I. Ică, Editura Deisis – Mănăstirea Sfântul Ioan Botezătorul, Alba Iulia, 1994, pp. 174-176)

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