El ejemplo del monje
El monje no predica en voz alta, para que le escuchen los demás, sino que en silencio y con su forma de vida habla de Cristo.
«Voy a orar para que ustedes, las tres hermanas, ya no crezcan, sino que se queden así, con sus chalinas negras, con esa misma altura y la misma edad. ¿Saben ustedes cómo ayudan calladamente a los demás, con sólo verlas? Y es que actualmente es difícil encontrar una muchacha seria. La mayoría son insolentes, andan con un cigarrillo en la boca y hacen gestos de desagrado ante cualquier cosa... Y, cuando ven a estas jóvenes que se han unido a Dios, que cantan y se alegran, te preguntan: “¿Qué está pasando aquí?. Algo está pasando. ¿Acaso deberíamos decir que son unas necias? No lo son. ¿O decir que les falta algo? No, no les falta nada. Evidentemente, se trata de algo más elevado”. Ciertamente, ¿saben cuánto ayuda todo esto?
Cuando los laicos visitan algún monasterio y ven a los piadosos monjes, por muy incrédulos que sean, si tienen buenas intenciones, se vuelven creyentes. Muchos científicos ateos que han venido de visita al Santo Monte han partido con su vida cambiada radicalmente. Vienen, meditan y se llenan de un gran provecho espiritual. En el Santo Monte encuentran, casi a cada paso, jóvenes monjes radiantes de felicidad, que tenían todas las condiciones para vivir holgadamente en el mundo, pero que han renunciado a sus riquezas, sus cargos, etc., y ahora viven como ascetas, entre oraciones y vigilias. Por eso, al ver todo esto, esos eruditos ateos se preguntan: “¿Qué ocurre? Si en verdad Dios existe, si hay una vida eterna, si existe el infierno, ¿qué sucederá conmigo?”. Y así es como empiezan a apartarse de su vida de pecado, decididos a enmendarse. Conozco a una chica de veinte años que una vez trató de suicidarse. Se cortó las venas, pero lograron salvarla. Tiempo después conoció a un monje, quien la invitó a ir a un monasterio para mujeres. La pobrecita tenía un temperamento, cuando menos, salvaje. Pero, al ver la forma de vida de las monjas, pareció despertarse de un largo sueño, y dijo: “Veo otro mundo aquí... ¿puedo quedarme?”.
Esta es la prédica silenciosa del monje. Hay muchos que predican, pero pocos inspiran confianza, porque su vida no corresponde con sus palabras. El monje no predica en voz alta, para que le escuchen los demás, sino que en silencio y con su forma de vida habla de Cristo, y también ayuda con su oración. Él vive el Evangelio, y la Gracia lo “delata”. Esta es la forma más eficaz de predicar el Evangelio y esto es justamente lo que más necesita el mundo de hoy. También cuando habla, el monje no expresa simplemente un pensamiento, sino que da testimonio de una experiencia. Y aunque manifestara un simple pensamiento, será un pensamiento luminoso».
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești. Volumul II. Trezvie duhovnicească, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, ediția a II-a, Editura Evanghelismos, București, 2011, pp. 355-356)