El enorme poder de la oración
La oración santifica nuestra boca, el aire que nos rodea y el lugar donde oramos.
- Debemos practicar el discernimiento, además de la oración. Una cosa ayuda a la otra, tal como ambas manos se ayudan mutuamente. El discernimiento trae la oración, y la oración trae el discernimiento.
- La oración debe hacerse continuamente, sea en voz alta, sea con la mente. No debe detenerse nunca. La interrupción de la oración y la dejadez se asemejan a un soldado que carga su arma al hombro, dejando que el enemigo se le acerque y le mate. Pero, si mantiene el dedo en el gatillo, cuando aparezca su adversario, podrá disparar primero y se librará de él.
- El demonio tiembla al escuchar el Nombre de Jesucristo y cuando la oración se hace de forma que la persona entiende lo que ha pedido, es decir, cuando es consciente de lo que dice. Esto es a lo que más le teme el maligno.
- La oración santifica nuestra boca, el aire que nos rodea y el lugar donde oramos.
- Leyendo y por medio de las conversaciones de edificación espiritual, golpeas al maligno en la cabeza, en los pies, en las manos. Pero con la oración mental lo golpeas en el corazón, por eso es que reacciona de una forma tan fuerte.
- La oración debe ser elevada, día y noche, desde la boca, la mente y el alma. No dejemos que nuestra mente permanezca sin ocupación, sino que también ella trabaje en la oración o la contemplación, porque, de lo contrario, vendrá el “mal sembrador” a arrojar la semilla de la turbación en el alma. El monje que no ora, es un monje sólo por fuera.
- El Nombre de Jesús santifica la boca, la mente y el corazón; el demonio se esfuerza en detener la oración enviándonos distintas preocupaciones, trabajos y necesidades; después de atar, digámoslo así, al dueño de la casa, le resulta fácil hacer su trabajo. Por eso, es necesario alejar pronto de la mente cualquier figuración, cualquier otra cosa. Al orar, que nada preocupe a la mente, que no haya nada terrenal que atraiga su atención. Dile: “Sí, demonio, mañana, cuando termine de orar, haré todo eso, pero en este momento existimos sólo Dios y yo, nada más”.
- El demonio usurpa tu mente y la lleva a donde quiera él; cuando la mente se vuelve, trae al alma toda la miseria y le provoca grandes males y enfermedades. El medicamento, la terapia, el arma en contra de la dispersión de la mente, es la lucidez. El maligno busca siempre la forma de destruirla.
- Para sanar completamente de las pasiones, hay que detener todas las figuraciones (imaginaciones), es decir, la dispersión de la mente. El pecado no podrá realizarse si no aceptamos primero el pensamiento que nos lo induce. Primero se entrega el hombre interior, por medio de la imaginación, y luego viene el pecado exterior.
- Si la mente no se purifica de las figuraciones, Dios no escribirá sobre la losa de la mente Sus palabras.
- Los demonios ponen una multitud de obstáculos para que el hombre no ore, porque todas las trampas del maligno son destruidas por la oración.
- La oración es una poderosísima arma que impide que el pecado se acerque. Los demonios tiemblan cuando pronunciamos el Nombre de Jesucristo.
- La práctica de la lucidez es el oficio de los oficios y la ciencia de las ciencias; por tal razón, se necesita de un mentor adecuado, uno que conozca bien este quehacer. Pero también se necesita obediencia completa, porque si para aprender un oficio o ciencia debemos atender todo lo que nos dice el maestro, en la ciencia espiritual se necesita de mucha más obediencia, porque en esta el demonio intentará constantemente arruinar u obstaculizarlo todo. Es como si, por ejemplo, un maestro intentara enseñarle una profesión a su aprendiz, al tiempo que otro maestro, que está a un lado, trata de deformar las enseñanzas del primero y convencer al alumno de que las cosas son distintas. Luego, pensemos si es posible que el aprendiz se instruya correctamente, si todo el tiempo escucha lo que le dice el otro, que busca perderle, y sin estar atento a las enseñanzas del verdadero maestro espiritual,.
- Debido a que el trabajo de nuestra mente no está completo, no recibimos el consuelo espiritual y buscamos aliviarnos con largas conversaciones, riéndonos y atendiendo solamente las cosas exteriores.
- Si, al ser atormentado por algún pensamiento malicioso, no te confiesas o no oras para que desaparezca, pronto se convertirá en una verdadera tortura para ti. ¡Qué terrible es tomar parte con los demonios!
- Los Santos Padres utilizaban el recuerdo de la muerte como un método para adquirir la lucidez y el discernimiento, y lloraban constantemente, orando para no pecar. ¡Cuánto más deberíamos orar nosotros, que estamos enfermos!
(Traducido de: Părintele Efrem Athonitul, Despre credință și mântuire, Editura Bunavestire, Galați, 2003, p. 16)