El envidioso
Verdaderamente desdichados han sido y son todos los envidiosos de todos los tiempos y de todos los lugares, porque sufren debido a su propia maldad.
No hay nada que separe tanto a las personas como la envida, que es una enfermedad terrible, más peligrosa que la misma avaricia, porque es la raíz de todos los males. El avaro se alegra cuando obtiene algo, en tanto que el envidioso se alegra solamente cuando ve que su semejante no obtiene nada. Su felicidad es la infelicidad del otro. ¿Acaso hay una locura más grande que esta? El envidioso se derrite como una vela cuando ve que a su vecino le va bien. Así, no sólo se priva de las bondades celestiales, sino que pierde toda su paz en esta vida. La polilla no carcome la lana ni los gusanos la carne, como la envida carcome y destruye el corazón y todo el ser del envidioso. ¡Qué mal tan grande es la envidia? ¿Acaso existe algo peor? Quizás el desenfreno. Pero el que comete desenfreno —al menos—, por una parte, siente un cierto placer, y por otra, peca solamente por unos minutos, en tanto que el envidioso no tiene descanso, porque la envidia es un gusano que le roe el corazón todo el tiempo.
Entendamos que aquel que desea el mal a su semejante o le perjudica, a sí mismo se está dañando. Por el contrario, aquel que desea el bien para su semejante o le ayuda, a sí mismo se está ayudando. Aquel que sea difamado, no sólo no quedará sin justificar, sino que también recibirá una gran recompensa. No es digno de castigo, si no ha sido él quien ha provocado lo malo que se dice en su contra. Verdaderamente desdichados han sido y son todos los envidiosos de todos los tiempos y de todos los lugares, porque sufren debido a su propia maldad. Aún más, Dios se aparta de ellos por causa de este pecado tan terrible. No les queda más que arrepentirse y alcanzar la humildad y el amor, para que puedan recibir la paz del alma y la misericordia de Dios.
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Problemele vieţii, Editura Egumeniţa, Galaţi, pp. 233-234)