El estudio de los mandamientos evangélicos
El Señor se revela espiritualmente a aquel que cumple con Sus mandamientos: con los ojos del corazón, con la mente, este puede ver al Señor Mismo, en sus pensamientos y sentimientos llenos del Espíritu Santo.
Desde su entrada al monasterio, el monje debe ocuparse con esmero y atención en la lectura del Santo Evangelio. Debe estudiarlo y grabárselo en la mente, para tener esas enseñanzas siempre presentes en el alma ante cualquier intervención moral, en cualquier acción que realice y ante cualquier pensamiento que le brote en la mente. Esta es la actitud misma del Señor, (que es) acompañada de una promesa y una advertencia. Cuando envió a Sus discípulos a predicar el Evangelio, les dijo: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, .y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado.” (Mateo 28, 19-20).
Para aquel que cumple con los mandamientos del Evangelio, la promesa implica no solamente el hecho de ser salvo, sino de entrar también en una comunión estrecha con Dios, haciéndose templo Suyo. El Señor dijo: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.” (Juan 14, 21).
En estas palabras del Señor encontramos que debemos estudiar detenidamente los mandamientos evangélicos, hasta que se vuelvan la substancia de nuestra alma. Sólo entonces se nos hará posible la constante y recta práctica de los mandamientos de Señor, de la forma en que Él nos lo pide. En verdad, el Señor se revela espiritualmente a aquel que cumple con Sus mandamientos: con los ojos del corazón, con la mente, este puede ver al Señor Mismo, en sus pensamientos y sentimientos llenos del Espíritu Santo. En ningún caso hay que esperar ver al Señor con los ojos del cuerpo.
Esto lo entendemos de las palabras del Evangelio que suceden a lo que hemos citado antes: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.” (Juan 14, 23). Si es evidente que el Señor viene al alma de aquel que respeta Sus mandamientos, que Él hace de ese corazón un templo y una morada de Dios, y que Él se revela en ese templo, en todo caso es con los ojos del espíritu y no con los del cuerpo que puede vérsele. El modo de esta visión es incomprensible para un principiante y no puede ser explicado con palabras. Lo que hay que hacer, entonces, es aceptar la promesa por medio de la fe. Cuando sea el momento, la conoceremos a través de una experiencia bendecida.
(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, Fărâmiturile Ospăţului, Editura Episcopia Română Ortodoxă Alba Iulia, 1996)