El gran dolor de Dios
¿Qué más podía hacer Dios, si nunca quisiste estar atento y lo rechazaste todo el tiempo?
Debemos tener un alma sagaz, es decir, activa, digna, con una presencia espiritual continua, en la medida de nuestras posibilidades. Pero no está permitido que, pudiéndote servir tú mismo con tu cuchara, sea otro quien te lleve los alimentos a la boca. ¡Se te han dado tantas posibilidades! Tienes un ángel custodio, los dones del Bautismo, los dones del Espíritu Santo… Luego, no tienes justificación. Por eso, el infierno es infinito, porque nuestro Buen Dios ha hecho mil intentos por despertarte, para que no fueras a parar a ese lugar. “¡Qué no he hecho Yo para que ninguno de vosotros vaya al infierno!”. El infierno, como dicen los grandes ascetas, es el gran dolor de Dios; pero sigue existiendo, a pesar de la tristeza que representa para Él, porque Dios es justo también. ¿Qué más podía hacer Él, si nunca quisiste estar atento y lo rechazaste todo el tiempo?
¿Dios ama a los que están en el infierno?
—También nosotros los amamos y nos duele su situación, pero están ahí por sus propios actos, por el mal que cometieron, por haber desdeñado la enseñanza cristiana. También por haber menospreciado todo lo que hacía Dios por ellos. Por eso es grave lo que hicieron. Y es que, más que la falta en sí misma, lo grave es no arrepentirse de ella. Ese estado de impenitencia es la mayor ganancia del demonio, es decir, la desesperanza.
(Traducido de: Arhimandritul Arsenie Papacioc, Cuvânt despre bucuria duhovnicească, Editura Eikon, Cluj-Napoca, 2003, p. 171)