Palabras de espiritualidad

El gran misterio del alma

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Al alma no se le puede ver ni tocar. En vano la buscamos en los músculos, la sangre, los huesos, los nervios, el cerebro, el corazón o en cualquier otra partícula de materia.

Para poder entender qué es el alma y qué importancia tiene en nuestra vida terrenal, lo más sencillo es comparar el cadáver de una persona recién fallecida, con el cuerpo de cualquier hombre vivo. Al igual que el cuerpo vivo, el cadáver también tiene huesos, músculos, nervios y sangre... pero no se mueve, no siente, no habla y no piensa, como sí lo hace el segundo. ¿Qué es lo que le falta? Le falta esa fuerza mística e invisible que el Mismo Dios le insufló al primer hombre creado, fuerza que pone en movimiento al cuerpo y que llamamos “alma”. El alma es —y seguirá siendo para la vida en este mundo— un gran misterio, oculto temporalmente el cuerpo del hombre. Al alma se le ha comparado con un diamante celestial de enorme precio. Si vemos a través de ella las cosas y criaturas del mundo, todo brilla con una belleza que sobrepasa todo lo hermoso de este mundo. Si vemos con ella los sepulcros, estos se abren y los muertos se ven como si estuvieran vivos. Si vemos con ella el Cielo, con el mundo de los espíritus más sabios, todo se ilumina y vemos la plenitud del Reino de la vida. Todos los hombres desearían entender este enorme misterio y al menos tocar este diamante celestial. Pero al alma no se le puede ver ni tocar. En vano la buscamos entre los músculos, la sangre, los huesos, los nervios, el cerebro, el corazón o en cualquier otra partícula de materia. Porque, aunque exista tanto en el cuerpo como fuera de él —del mismo modo que una canción puede estar en un disco o en un pensamiento de nuestra mente—, el alma, siendo inmaterial, no puede ser vista ni mucho menos tocada. Es el espíritu que Dios puso en el hombre y la parte por la cual nuestro ser viene a emparentarse con el Mismo Creador del universo entero. Porque el alma es espíritu, tal como Dios es también Espíritu (Juan 4, 24).

(Traducido de. Arhimandrit Sofian Boghiu, Smerenia și dragostea însușirile trăirii ortodoxe, Editura Fundația Tradiția Românească)