El hombre realmente libre es el que dice: “¡Hágase Tu voluntad, Señor!”
Lo que Dios le pide al hombre es precisamente eso que le ayudará a desarrollarse enteramente como persona: que aprenda a valorar las cualidades y características que le ha hado. Y el hombre realmente libre responderá: “¡Hágase Tu voluntad, Señor!”.
Nuestra libertad busca en verdad lo que le favorece y, en consecuencia, desea lo mismo que Dios para nosotros. Entonces el hombre une en sí mismo la voluntad de Dios con la suya propia, no con un lazo de servidumbre, sino de amor, armonizando ambas voluntades en un nivel de perfecta libertad. Lo que Dios le pide al hombre es precisamente eso que le ayudará a desarrollarse enteramente como persona. Que aprenda a valorar las fuerzas y características que le ha hado. Y el hombre realmente libre responderá: “¡Hágase Tu voluntad, Señor!”.
Desde luego, esta correcta elección que lleva a identificar nuestra voluntad con la de Dios, no es algo permanente, no es algo que se decida una sola vez para toda la vida. Es un esfuerzo doloroso y difícil, al oponer la voluntad del hombre a lo que es inferior, las cosas del cuerpo y el egoísmo. El libre albedrío del hombre es una fuerza tremenda, pero también esconde una trampa enorme. Esa fuerza es un don de Dios, mientras que la trampa es obra del maligno.
(Traducido de: Aleka Ritsou, Maxim Mărturisitor şi sfânt, traducere din limba greacă de Cristian Spătărelu, Editura Egumeniţa, Galaţi, 2015, p. 83)