Palabras de espiritualidad

El humano YO puede volverse el centro que abarca a la creación entera

  • Foto: Tudorel Rusu

    Foto: Tudorel Rusu

Mi oración incesante, como un volcán en erupción, manaba de la profunda desesperanza que había venido a anidarse en mi alma...”

En aquel lugar, en el Santo Monte Athos, mi vida volvió a la normalidad. Casi todos los días, después de la Divina Liturgia, me inundaba una alegría pascual. Y, sin importar lo curioso que pudiera ser, mi oración incesante, como un volcán en erupción, manaba de la profunda desesperanza que había venido a anidarse en mi alma. Dos situaciones, en apariencia diamentralmente opuestas, vivían en mi interior. ¡Esta es la verdad! Ni yo mismo podía explicarme qué era lo que me ocurría. Aparentemente, no era menos feliz que la mayoría de hombres. Tiempo después entendí lo que me pasaba. El Señor me había dado el don de la contrición (Lucas 24, 47). Sí, era un don. Cuando la desesperanza empezó a enfriarse en mi interior, también mi oración se enfrió y la muerte rozó mi corazón. Por medio del arrepentimiento, mi existencia se había dilatado de tal forma, que conseguía tocar, al mismo tiempo, el infierno y el Reino. Al comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914), las noticias sobre los miles de muertos en el frente de batalla absorbieron en mi conciencia la entera existencia cósmica, en la insondable oscuridad del absurdo. No podía aceptar ni la muerte ni el absurdo. Fue entonces cuando a mi corazón vino un razomaniento-espíritu: todo lo que conocía, todo lo que amaba y todo lo que vivía y me inspiraba, todo lo que era positivo y hasta Dios mismo morían en mí y para mí, si yo desaparecía completamente... Ciertamente, fue una prueba muy fuerte, bajo la siguiente forma: el humano YO puede volverse el centro que abarca a la creación entera.

(Traducido de: Fericitul Arhimandrit Sofronie, Despre rugăciune, Editura Mănăstirii Piatra-Scrisă, Caraș-Severin, 2002, pp. 36-37)