El humilde no tiene enemigos
El humilde vive no con su propia vida, sino por medio de Dios.
La paz santa entra en los corazones de los hombres, con las palabras de humildad. Esa paz ofrece la copa del consuelo espiritual al lecho del enfermo, al que se está recluído en prisión y al oprimido por los demás y por los demonios. La copa del consuelo es ofrecida en las manos de la humildad de Aquel que fue Crucificado. El mundo solamente puede ofrecerle “vinagre mezclado con hiel” (Mateo 27, 34). El que es humilde es incapaz de cometer maldades o sentir odio: no tiene enemigos.
Si alguno le provoca perjuicio, el humilde le considera un instrumento de la Justicia y la Providencia de Dios. El humilde se abandona completamente a Voluntad de Dios. El humilde vive no con su propia vida, sino por medio de Dios.
El humilde es ajeno a la autosuficiencia, por eso busca siempre la ayuda de Dios, orando sin cesar. Una rama llena de frutos se inclina hasta el suelo, vencida por el peso de aquellos, en tanto que una rama estéril crece hacia arriba, multiplicando sus improductivos tallos.
(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, Despre înșelare, traducere de Adrian și Xenia Tănăsescu-Vlas, Editura Schitului românesc Lacu, Sfântul Munte Athos, p. 106)