Palabras de espiritualidad

El ícono personal de la Iglesia

  • Foto. Silviu Cluci

    Foto. Silviu Cluci

Todas las manifestaciones de esta devoción expresan, al mismo tiempo, un sentimiento de lo sacro y de la admiración ante la obra de Dios, así como un conmovedor afecto filial insuflado por la fe de que permanentemente estamos cubiertos por el amor y la protección de nuestra santísima Madre.

El III Concilio Ecuménico —de Éfeso— fue el que otorgó un fuerte impulso a la difusión del culto a la Madre del Señor en la Iglesia. Otro concilio ecuménico, el VII, celebrado en Nicea (787), tuvo una gran influencia en el desarrollo de la veneración a los íconos, especialmente en el caso de los íconos de la Madre del Señor.

La Madre del Señor es representada generalmente en la cuenca del ábside de las iglesias, sobre el Santo Altar, con su Hijo divino en brazos, sosteniéndolo sobre sus rodillas. Fue por ella que se realizó el plan de salvación, que dio frutos por primera vez y perfectamente en ella. Ella es, así, el ícono personal de la Iglesia.

En la parte frontal del iconostasio, a la derecha y a la izquierda, se hallan representados la Virgen María en la escena de la Anunciación, y el Arcángel Gabriel. La Anunciación señala el momento de la encarnación de Cristo y representa una suerte de puerta al misterio de la salvación (es por eso que esta escena es representada también en las Puertas Reales). La Dormición de la Madre del Señor es pintada justo sobre estas puertas, como una prefiguración del destino celestial de la Iglesia entera.

En todas las casas ortodoxas hay un lugar especialmente preparado para los íconos, en el cual, el de la Madre del Señor se halla, junto con el de nuestro Señor Jesucristo, en el punto principal. Los ortodoxos honran los íconos besándolos después de haberse inclinado ante ellos, de acuerdo con las indicaciones del VII Concilio Ecuménico: “¡Sea anatema quien no bese los íconos!”.

De lo consignado hasta aquí, podemos concluir que la devoción ortodoxa por la Madre del Señor se caracteriza por una veneración dogmática en el mismo misterio de la encarnación redentora; todas las manifestaciones de esta devoción expresan, al mismo tiempo, un sentimiento de lo sacro y de la admiración ante la obra de Dios, así como un conmovedor afecto filial insuflado por la fe de que permanentemente estamos cubiertos por el amor y la protección de nuestra santísima Madre.

(Traducido de: Părintele Placide DeseilleCredința în Cel Nevăzut, Editura Doxologia, 2013, p. 172)