El inicio de toda humildad
¿Hay tanto bien en mí como lo espera el Señor, de acuerdo a las capacidades que me dio? Si respondes de acuerdo a tu propia conciencia, verás que tu mismo bien te reprenderá por tus injusticias...
- Cuando sientas que la vanagloria empieza a germinar en ti, busca en tu pasado todo eso que de acuerdo a tu conciencia no es digno de elogio, y llena tus pensamientos con ello, del mismo modo en que evitarías un incendio cubriendo las brasas con unos cuantos puñados de tierra.
- Para sofocar la soberbia, acostúmbrate, en primer lugar, a atribuirle a Dios todo bien, como la verdadera y primigenia causa, y agradécele por todo. ¡Tal es el inicio de la humildad! Luego, aliméntala preguntándote: ¿Hay tanto bien en mí como lo espera el Señor, de acuerdo a las capacidades que me dio? Si respondes de acuerdo a tu propia conciencia, verás que tu mismo bien te reprenderá por tus injusticias...
¿Todo es correcto en nuestra vida? Seguro que no. Luego, recordar nuestras injusticias hará que lo bueno de nosotros permanezca beneficiosamente oculto ante nuestros ojos... y nos estaremos librando de cualquier forma de vanidad.
- Los Santos Padres dicen: “No intentes valorarte (medirte)”. La mejor medida: “¡No tengo nada!”. El maligno te empuja y te empuja a valorarte, para encender en tu interior la soberbia y estropear todo lo que haces. Luego, repítete: “¡No tengo nada, no tiene sentido intentar valorarme a mí mismo!”.
- No permitas que la vanidad se inmiscuya en tu interior. Se trata de un demonio más astuto que todos los demás, que intenta colarse en el alma aún por la más pequeña de las rendijas. Y, si consigue entrar, viene a habitar allí y lo destruye todo. Pídele a Dios que te ayude a ver el mal que hay en tu interior y a poder orar cuando conozcas tus vilezas, haciendo de esto una parte de tu regla de oraciones.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Sfaturi înţelepte, Editura Egumeniţa, Galaţi, p. 109)