Palabras de espiritualidad

El joven y la elección de su camino de vida

    • Foto: Silviu Cluci

      Foto: Silviu Cluci

Que nadie crea que todos los que eligen el camino monacal tienen garantizada la salvación, por el simple hecho de ser monjes. Cada persona tendrá que explicarle a Dios si realmente santificó la vida que eligió. Ante todo, es necesario tener grandeza de alma.

Padre, ¿qué debemos responderles a los jóvenes que nos preguntan si la vida monacal es más elevada que la vida conyugal?

—En primer lugar, tienen que entender cuál es el propósito del ser humano y cuál es el sentido de la vida. Después, hay que explicarles que esos dos caminos trazados por nuestra Iglesia son bendecidos, porque ambos les pueden llevar al Cielo, si viven de acuerdo a lo que Dios dispone. Pensemos en dos personas distintas que quieren visitar la misma iglesia. Una va en autobús, por la calle principal, mientras que la otra lo hace a pie, por una vereda. Ambas tienen el mismo objetivo. Dios se alegra por la primera y se admira de la segunda. Lo malo es cuando aquel que hace el recorrido a pie juzga al otro en su interior o viceversa.

Es importante que los jóvenes que piensan entrar a la vida monástica entiendan que la misión del monje es muy grande: tiene que llegar a ser un ángel. En la otra vida, en el Cielo, viviremos cual ángeles, les dijo Cristo a los saduceos (Mateo 22, 30). Por eso, algunos jóvenes con un alma muy grande se hacen monjes y comienzan a vivir como ángeles ya desde esta vida.

Pero que nadie crea que todos los que eligen el camino monacal tienen garantizada la salvación, por el simple hecho de ser monjes. Cada persona tendrá que explicarle a Dios si realmente santificó la vida que eligió. Ante todo, es necesario tener grandeza de alma. Dios no crea a las personas eruditas o incultas, pero quien carezca de grandeza de alma seguirá siendo un ignorante, sin importar la forma de vida que elija. Por su parte, aquel que tiene grandeza de alma se enriquece aún más, esté donde esté, porque la Gracia de Dios se halla con él. Hay casados que viven virtuosamente y así se santifican. Si un hombre de familia ama a Dios y es atraído por Su amor, podrá alcanzar un gran crecimiento espiritual. Y, al mismo tiempo, cultivará esas virtudes en sus propios hijos, creando así una familia buena, razón por la cual obtendrá una doble recompensa por parte de Dios.

Por eso, cada joven debe tener como propósito esforzarse con grandeza de alma, para santificar la vida que habrá de elegir. ¿Quiere casarse? Que se case, pero que se esfuerce en ser un buen hombre de familia y que viva en santidad. ¿Quiere irse al monasterio? Que se haga monje, pero que se esfuerce en ser uno bueno. Que cada uno mida sus propias capacidades, que cada quien sopese lo que puede y no puede hacer y, según sus conclusiones, que elija uno u otro camino. Si, por ejemplo, una joven siente que no tiene la fuerza necesaria para ser monja, que le diga a Dios, con toda humildad: “Dios mío, soy débil y no podría llevar una vida de monja. Por eso, te pido, envíame alguien para formar una buena familia y vivir de acuerdo a Tus disposiciones”. Y Dios la escuchará. Si aparece ese muchacho y se casan, si forman una familia buena y viven de acuerdo al Evangelio, Dios no le pedirá nada más.

Desde luego, hay jóvenes de los que Dios pide pocas cosas, pero ellos, debido a su grandeza de alma, se esfuerzan mucho y le ofrecen más de lo que Él requiere, eligiendo el camino monacal. A estos jóvenes les espera una recompensa más grande. Si, por ejemplo, una persona siente el llamado a la vida conyugal, pero por su grandeza de alma desea sacrificar todo y seguir el camino monacal, su acción conmoverá mucho a Dios. Eso sí, lo esencial es que exista una motivación pura para tomar semejante decisión, excluyendo cualquier forma de orgullo. A partir de ello, Dios desvanecerá todos los obstáculos.

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Viața de familie, Editura Evanghelismos, București, 2003, pp. 17-19)