El leitmotiv de mi vida en Dios
Cuando nuestro espíritu es introducido en la refulgente esfera de los cielos, el dolor se transforma en el inconmensurable gozo del amor triunfante.
Quiero hablarles un poco sobre el dolor. Como he podido observar, hay muchos que no entienden correctamente este término ascético. Este dolor, del cual quiero hablarles, es el leitmotiv de mi vida en Dios. No puedo olvidarlo. Es un dolor que no se parece en nada al dolor físico o psíquico, aunque suele comprender también ese plano inferior.
El dolor del amor a Dios “saca” de este mundo al que ora, para llevarlo a otro universo. Mientras más intenso sea este amor, más decidido será nuestro salto a las profundidades del océano del sufrimiento; de igual forma, más seguro será el ascenso de nuestro espíritu al cielo. Cuando nuestro espíritu es introducido en la refulgente esfera de los cielos, el dolor se transforma en el inconmensurable gozo del amor triunfante. Nuevamente tenemos, en realidad, la misma situación: un sufrimiento extremo se une a las más grandes alegrías.
Ese “desgarramiento” es lo que caracteriza, precisamente, al hombre contrito. El Espíritu Santo le lleva a terrenos desconocidos, en donde recibe una degustación de la universalidad divina. Veamos a Cristo y la forma en que vivió las condiciones de este mundo, luego de la caída de Adán. En Él, la fuerza divina se entrelazaba con la debilidad del cuerpo. Lo mismo ocurre con nosotros: “Todo lo puedo en Cristo, Quien me fortalece” (Filipenses 4, 13). Eso con lo cual el Señor se adecúa a Su Esencia divina, lo que los hombres pueden llegar a ser por la Gracia. Y aquel que se asemeja a Cristo en sus manifestaciones terrenales, naturalmente es también semejante a Él en el aspecto divino.
(Traducido de: Arhim. Sofronie Saharov, Fericirea de a cunoaște calea, Editura Pelerinul, p. 163-164)