El llamado a acercarnos a la iglesia
Antes de la llegada del sacerdote, la celebración del oficio de la tarde es anunciado a la comunidad entera, por medio del sonido del simandrón y el repique de las campanas.
El oficio de las Vísperas, que inaugura un nuevo día litúrgico, comienza con un acto, también litúrgico, que tiene lugar afuera del espacio de la iglesia. Antes de la llegada del sacerdote, la celebración del oficio de la tarde es anunciado a la comunidad entera, por medio del sonido del simandrón y el repique de las campanas. Usualmente, un hombre, un monje o una monja, en el caso de los monasterios, haciendo algunas inclinaciones y pronunciando las oraciones iniciales de cualquier canon de oración, golpea el simandrón con un determinado ritmo, alternando con el repique de las campanas, casi siempre en tres “estados” o “momentos”.
Este acto litúrgico tuvo su origen en los primeros siglos de la religión cristiana. En los tiempos de las persecuciones, los oficios litúrgicos eran anunciados golpeando la puerta con un martillo de madera. Según el número y el ritmo de los golpes, los cristianos se enteraban de dónde tendría lugar el encuentro eucarístico. Después de la paz instaurada por San Constantino el Grande, la reminiscencia de aquel martillo de madera se transformó en el simandrón y las campanas actuales. Posteriormente, en los textos de los Padres de la Iglesia, el simandrón se convirtió en el símbolo del madero de la Santa Cruz, sobre el cual fue crucificado nuestro Señor Jesucristo y de los clavos que atravesaron Sus Santas manos.
Más allá de la explicación simbólica del sonido del simandrón, la razón práctica de estos actos es el anuncio a los fieles de que en ese momento empieza un nuevo día litúrgico, un nuevo tiempo santificado. Especialmente en el medio rural, el sonido del simandrón y de las campanas ha sido considerado, desde siempre, como el llamado a la oración y a participar en los oficios litúrgicos. Nuestros abuelos y nuestras abuelas, aunque no asistieran a la iglesia para participar de los oficios vespertinos, detenían sus actividades y se preparaban para los oficios litúrgicos del día siguiente.