El llanto por los sufrimientos del Señor
Un día, en el período del Ayuno Mayor (Cuaresma), un grupo de fieles vino a visitarlo. El padre les dirigió unas palabras de espiritualidad. Luego, cuando empezó a hablarles de los sufrimientos del Señor, dos silenciosos manantiales de lágrimas empezaron a brotar de sus ojos,
Un día, el padre Onufrio (Frunză) le dijo a un hermano:
—No invites a nadie de tu familia a tu tonsura. Es mejor que estén presentes solamente tú y Dios, para que solo Él te ame. Tienes que estar solamente tú, con Cristo, para que te ame solamente Él.
Con esto, nos demostró la renuncia a sí mismo que debe practicar el monje.
En otra ocasión, el padre Onufrio les dijo a unos hermanos que, en toda su vida de monje, jamás se había privado de participar en los oficios litúrgicos. Años más tarde, uno de sus discípulos de celda, quien le seguía desde que ambos vivían como eremitas, habría de dar testimonio de que el padre, además de los oficios litúrgicos, cada mañana leía dos acatistos, en tanto que cada noche recitaba el Canon de contrición a nuestro Señor y también la Paráclesis a la Madre de Dios, entre otras oraciones. Del mismo modo, leía mucho el Salterio, hasta recitarlo por completo durante el día, en tanto que el resto del tiempo practicaba la “oración del corazón”. Comía muy poco, usualmente una vez al día.
Durante la Cuaresma, el padre Onufrio leía el Santo Evangelio y hacía largas meditaciones sobre la Pasión del Señor. Un día, en el período del Ayuno Mayor (Cuaresma), un grupo de fieles vino a visitarlo. El padre les dirigió unas palabras de espiritualidad. Luego, cuando empezó a hablarles de los sufrimientos del Señor, dos silenciosos manantiales de lágrimas empezaron a brotar de sus ojos, de una forma tal que no lograba contenerlos. Inmersos en el mismo sentimiento, los visitantes también empezaron a llorar.
Igualmente, otros de sus hijos espirituales decían que, cuando el padre les relataba algo de la vida de los santos o les hablaba de Dios, muchas veces no podía contener el llanto. Un día, hallándose en el Monasterio Sihla, les dijo a otros monjes:
—¡Hijos míos, si supieran cuántos santos caminaron por estos lugares! —e inmediatamente se echó a llorar.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, p. 776)