El lugar donde está Cristo
Si el cielo es donde está Cristo, significa que el cielo está en todas partes, aunque nosotros, cuando pensamos en el cielo, lo hacemos con la idea de que es en lo alto, en un lugar hasta donde nuestra vista no puede llegar, mucho menos nuestros sentidos o nuestros pensamientos.
Sabemos que los discípulos del Señor presenciaron Su Ascensión en el Monte de los Olivos, y nuestra Santa Iglesia dice que también la Madre del Señor estaba en el lugar. En las composiciones litúrgicas propias de esta festividad, se menciona que también la Madre del Señor presenció la Ascensión de nuestro Señor a los cielos. En los Hechos de los Apóstoles se nos presenta una lista de doce apóstoles del Señor, y se agrega que, cuando los discípulos se reunían, la Madre del Señor estaba con ellos y con muchos más, hasta un número de ciento veinte. Así es como empezó la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo.
En la Ascensión del Señor estuvieron presentes los doce y la Madre del Señor, pero no tenemos claro si había alguien más. Los que estuvieron presentes vieron a nuestro Señor, Quien los bendijo, elevándose ante ellos y desapareciendo entre las nubes. No se especifica hasta qué punto fue posible ver a nuestro Señor en el cielo, ni qué debemos entender por “cielo”, pero nuestra fe es que el Señor ascendió al cielo.
Un padre espiritual decía que sabemos que existe el cielo, pero no sabemos qué es, y que el cielo es donde está Cristo. Y si el cielo es donde está Cristo, significa que el cielo está en todas partes, aunque nosotros, cuando pensamos en el cielo, lo hacemos con la idea de que es en lo alto, en un lugar hasta donde nuestra vista no puede llegar, mucho menos nuestros sentidos o nuestros pensamientos. Nosotros sabemos del cielo lo que se nos dice del cielo: “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre, que está en el cielo.” (Juan 3, 13). Nuestro Señor Jesucristo descendió del Cielo. Y también ascendió al Cielo.
(Traducido de Părintele Teofil Părăian, Lumini de gând, Editura Antim, 1997, pp. 303-304)