Palabras de espiritualidad

Las dimensiones de la alegría del cristiano

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Cuando hacemos algo por el bien de nuestros semejantes, lo hacemos también por nuestro propio bien, porque no es posible que hagas algo bueno por otro y que no te quede algo para ti.

Hay algo que suelo repetir, y creo que sería bueno que más personas lo tuvieran en cuenta: primero es el deber y después viene la alegría. Luego, primero tenemos que cumplir con nuestra obligación y después ya vendrá el momento de alegrarnos. ¡Y es imposible que podamos abarcar con nuestra alma toda la alegría que Dios quiere darnos!

Así lo dice el Santo Apóstol Pablo: “… lo que queremos es contribuir a que crezca vuestro gozo” (II Corintios 1, 24). Para poder colaborar a que crezca la alegría, tenemos que hacer algo por el bien de otros. Y cuando hacemos algo por el bien de nuestros semejantes, lo hacemos también por nuestro propio bien, porque no es posible que hagas algo bueno por otro y que no te quede algo para ti. San Atanasio el Grande dice: “El que unge a otro con una fragancia aromática es el primero en oler agradablemente”. Es decir que es el primero en beneficiarse del aroma que quiere dar a los demás.

Lo mismo pasa con la alegría cristiana: si trabajamos para procurar el contento de los demás, también nosotros obtendremos esa misma alegría. No es posible ser un buen cristiano y no participar de la alegría. Una cosa más: no es necesario que, al orar, pidamos que Dios nos dé la alegría, porque la alegría viene por sí misma.

(Traducido de: Părintele Teofil Părăian, Veniţi de luaţi bucurie!, Editura Teognost, Cluj- Napoca, 2001, p. 23)