El lugar donde las almas se embellecen
“La vida monacal está llamada a mostrar, a dar al mundo un testimonio permanente de la imagen de la vida enriquecida con la práctica de las virtudes”.
Los monasterios son moradas santificadas, casas de sosiego y espiritualización, son como “puertas al Cielo”. El monasterio es el lugar donde la Ortodoxia conserva el tesoro de su entera tradición de vida cristiana; es un sitio dedicado al embellecimiento del alma, si me permiten la expresión. Pero, más allá de todos estos aspectos tan hermosos, refulge la imagen del hombre espiritual en cl que se refleja el Rostro de Cristo, “la belleza más luminosa”.
La belleza es un atributo de la Divinidad. Aquello que Dios creó era “muy bueno” (Génesis 1, 31), pero el hombre, creado según la Imagen de Dios Mismo, superaba a todo eso. No obstante, el pecado vino a oscurecer la imagen el hombre, y también a todo su ser.
Con Su encarnación, el Señor le otorgó a Su criatura la posibilidad de volver a la belleza primigenia. La cristiandad entera está llamada a participar de esta belleza, sí, pero la vida monástica fue especialmente bendecida con este don de la perfección. La vida del monje debe mostrarle al mundo el mensaje de esa belleza divina, como dicen los Santos Padres. “La vida monacal está llamada a mostrar, a dar al mundo un testimonio permanente de la imagen de la vida enriquecida con la práctica de las virtudes”, dice San Basilio el Grande, vida que los laicos tienen más difícil de practicar. San Teodoro el Estudita dice que “la vida del monje es un llamado a orar incesantemente por el embellecimiento de lo creado”. Huir y apartarse del pecado son las condiciones básicas de la vida del cristiano verdadero, laico o monje, porque de esto depende su embellecimiento espiritual.
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Man, Crâmpeie de propovăduire din amvonul Rohiei, Editura Episcopiei Ortodoxe Române a Maramureșului și Sătmarului, 1996, pp. 105-106)