El maligno tiembla al oir el nombre de Jesucristo
Practiquen la oración: ésta santificará sus labios, el aire y el lugar en donde la hagan.
Debemos practicar la oración incesantemente, tanto en voz alta, como en nuestra mente: ésta no debe dejar nunca de orar. La oración interrumpida y la dejadez para orar se parecen a un soldado que, portando un arma bajo el brazo, se deja matar por el enemigo; al contrario, quien mantiene el dedo en el gatillo, cuando aparezca su adversario, será capaz de disparar primero y eliminarle. El maligno tiembla al oir el nombre de Jesucristo y, cuando la oración se hace de tal forma que entendemos plenamente lo que hemos pedido, cuando somos conscientes de ello, entonces el pavor que le entra al maligno es aún más grande. Practiquen la oración: ésta santificará sus labios, el aire y el lugar en donde la hagan.
(Traducido de: Părintele Efrem Athonitul, Despre credinţă şi mântuire, tradusă de Cristian Spătărelu, Editura Bunavestire, Galaţi, 2003, p. 14)