Palabras de espiritualidad

El materialismo: el principal enemigo de la felicidad humana

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Aún hay en nosotros, los hombres, fuerzas ocultas y energías gratíficas, por las cuales podemos renacer y empezar nuevamente el camino al ideal de las virtudes bíblicas.

Para nadie es desconocido que los bienes materiales y los vicios dividen a los hombres, en tanto que los bienes espirituales los unen, los asocian y los hermanan. Por esa razón, el materialismo siempre ha sido el enemigo de la felicidad humana, y el cristinismo, en todos sus principios y en cada una de sus manifestaciones, lo ha condenado y combatido implacablemente, como un error que conlleva un precio demasiado alto. Y es que, tristemente, el hombre se deja atraer más fácilmente por los engaños de los bienes materiales, que por el llamado de su propio espíritu.

Actualmente, el ideal y el catecismo de cada día se llama materialismo. Y este se manifiesta de todas formas, entre autoridades y ciudadanos comunes, entre esposo y esposa, entre padres e hijos. Del mundo económico y financiero, el materialismo ha pasado a la filosofía, al arte, a la literatura, al teatro y, especialmente, a las costumbres. Ha minimizado el valor del cristianismo, ha trastocado la escala de valores y ha reducido todo al elemento personal y físico. Lo humano ya no manda, sino lo animal. El reinado de la brutalidad, el odio y la locura ha venido a reemplazar al del orden y el amor. Muchos, amando exageradamente las cosas del mundo, se han alejado de Dios y se han convertido en sirvientes de los ídolos y placeres más bajos. Así, hemos llegado a un punto en el cual nuestro organismo moral y social sufre terribles heridas y amargos dolores. Estamos enfermos... sí, pero no de muerte. Aún hay en nosotros, los hombres, fuerzas ocultas y energías gratíficas, por las cuales podemos renacer y empezar nuevamente el camino al ideal de las virtudes bíblicas.

(Traducido de: Preot Ilarion V. Felea, Convertirea creştină, Tiparul Tipografiei Arhidiecezane, Sibiu, 1935, pg. 9)