El matrimonio se sostiene con amor y respeto recíprocos
En el amor hay respeto y el respeto mora en el amor. Porque, al que amo, lo respeto también.
Dios lo dispuso todo con sabiduría. Al hombre le otorgó determinados carismas y a la mujer, otros. Al hombre le dio la virilidad, para poder salir adelante en cualquier eventualidad y para que su esposa le obedezca. Porque, si la mujer hubiera recibido también el don de la hombría, la familia no podría subsistir.
Cuando viví en Epiro, escuché hablar de una terrible mujer. Solía vestirse con un amplio camisón blanco y llevaba un sable al cinto. Hasta los bandidos le temían y buscaban amistarse con ella. ¡Imagínense, una mujer en una banda de malhechores! Una vez, aquella mujer caminó lejísimos, hasta llegar a una lejana aldea, buscando un esposo foráneo para su hija. Cuando encontró al muchacho adecuado, ya que éste se opuso a marcharse, aquella mujer lo tomó en sus brazos y se lo puso al hombro, llevándoselo a la fuerza. Desde luego, casos como éste son una excepción. Si en nuestros días conformáramos un batallón solamente con mujeres, al ver al primer centinela venir, pondrían pies en polvorosa, creyendo que es el enemigo mismo.
Las Escrituras dicen que el hombre es la cabeza de la mujer. Es decir, que Dios dispuso que el hombre domine a la mujer. Y que la mujer domine al hombre es una ofensa a Dios. Porque Él creó primero a Adán. Y éste, después, dijo de su mujer: “Esta es hueso de mis huesos y carne de mi carne”. El Evangelio dice que la mujer debe temerle a su esposo, es decir, respetarlo, y que éste debe amar a su mujer. En el amor hay respeto y el respeto mora en el amor. Porque, al que amo, lo respeto también. Y al que respeto, también lo amo. Es decir, no existe lo uno sin lo otro, porque se trata de la misma cosa.
No obstante, la humanidad se aleja de esta armonía prevista por Dios, incapaz de comprender lo que dice el Evangelio.
Así, el hombre, interpretando erradamente lo que dice el Evangelio, le dice a su mujer: “¡Me debes temer!”. Pero, si te temiera, no se hubiera casado contigo. Hay mujeres que dicen: “¿Cómo así que la mujer debe temerle a su marido? ¿Qué clase de religión es esta? No estoy de acuerdo. ¿Y la igualdad?”. Pero ¿recuerdas lo que dice la Santa Escritura? El principio de la sabiduría es el temor de Dios. Y el temor de Dios consiste en respetarlo, en nuestra devoción, en nuestro fervor espiritual. Es algo que te hace, de alguna manera, sentir temor. Pero se trata de un temor santo.
La igualdad que las mujeres piden actualmente es legítima, hasta cierto punto. Actualmente, las mujeres, porque trabajan y tienen derecho al voto, se han llenado de un espíritu enfermizo y creen que son iguales que los hombres. Naturalmente, sus almas sí que son semejantes. Pero si el hombre no ama a su mujer, y la mujer no respeta a su marido, entonces la familia entra en un situación caótica.
Antiguamente se consideraba muy grave hablar en contra de tu esposo. Actualmente, el espíritu de la insolencia llena el mundo. ¡Qué bello era todo antes! Una vez conocí una pareja de esposos muy particular. Él, menudo y enjuto, y ella, robusta e imponente. Ella sola descargaba todos los sacos de trigo de la carreta. Una vez, un obrero, igual de corpulento que ella, se atrevió a decirle no sé qué, en son de broma. Molesta, la mujer levantó en sus brazos al osado trabajador y lo arrojó lejos, como si se tratara de un cerillo. ¡Pero había que ver la sumisión de aquella mujer cuando se trataba de su marido! ¡Qué respeto! Esta es la forma como debe sostenerse la familia. No hay otra manera.
(Traducido de: Sfântul Cuvios Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești IV. Viața de familie, Editura Evanghelismos, 2003, pp. 41-43)