El matrimonio, sello de la más profunda amistad en la vida del hombre
“Que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo... les llenen de toda bondad terrenal y les hagan dignos de gozar de las bondades prometidas”
En la celebración del Sacramento del Matrimonio, pedimos también por determinado bienestar material para los esposos. Recordamos que las cosas materiales, aunque buenas, no son un fin en sí mismas, sino que deben ayudarnos en nuestra vida espiritual, en este viaje hacia los Cielos. En aquellas oraciones escuchamos decir: “Y dales, Señor, del rocío del cielo y de la grasa de la tierra. Llena su hogar de trigo, de vino, de aceite y de toda bondad, para que compartan también con los necesitados…”, “Para que, teniendo de todo, puedan crecer en el bien y en aquello que te es agradable...”, “Que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo... les llenen de toda bondad terrenal y les hagan dignos de gozar de las bondades prometidas”.
En el siguiente pasaje, extraordinariamente bello, San Gregorio el Teólogo nos describe algunas de las bendiciones del matrimonio: “En nuestra vida en común debemos ser, recíprocamente, manos, oídos y piernas. El matrimonio apacigua nuestros ímpetus, alegra a nuestros amigos y a nuestros enemigos entristece. Cuando son compartidas, las penas pasan más fácilmente. Asimismo, las alegrías, si se comparten, más felices se vuelven, y la buena disposición hace lo bueno aún mejor. Y, aún en la pobreza, este buen estado hace que todo se haga más gozoso que las mayores riquezas. El matrimonio es la llave de la continencia y la armonía de los deseos, el sello de la profunda amistad... bebida incomparable brotada de un manantial escondido, inaccesible a los que no lo conocen. Unidos en cuerpo y espíritu, el uno al otro se animan con la fuerza de su amor. Porque el matrimonio no nos aleja de Dios, sino que nos lleva aún más cerca de Él, porque el mismo Dios nos lleva a él”.
(Traducido de: David şi Mary Ford, Căsătoria ‒ cale spre sfinţenie, Editura Sophia, Bucureşti, 2007, p. 20)