El mejor medicamento para dejar de juzgar a los demás
El pecado de juzgar a los otros es fruto de un corazón cruel, que se goza con el mal ajeno y se deleita denigrando a sus hermanos, ensuciando su nombre y mancillando su honor.
Si supiéramos lo que significan las palabras: “Misericordia quiero, que no sacrificio”, no condenaríamos a los que no tienen culpa. Así pues, para librarnos del pecado de juzgar a nuestro semejante, debemos hacernos de un corazón misericordioso. Un corazón misericordioso no juzga, no sólo las aparentes infracciones a la ley, sino tampoco las que están a la vista de todos. Por eso, en vez de juzgar, se compadece, y antes llora que reprende. Ciertamente, el pecado de juzgar a los otros es fruto de un corazón cruel, que se goza con el mal ajeno y se deleita denigrando a sus hermanos, ensuciando su nombre y mancillando su honor.
Este pecado (juzgar a los otros) es semejante al homicidio y es cometido en el espíritu de aquel que es asesino desde el inicio. Aquí habría que agregar la difamación y las murmuraciones, que provienen del mismo origen. Por dicha razón el demonio ha recibido ese nombre, porque murmura y dispersa por todas partes la difamación. ¡Apresurémonos y despertemos en nosotros la misericordia, ni bien surja en nuestro interior el deseo de juzgar! Así, con el corazón lleno de fervor, caigamos de rodillas y elevemos oraciones a Dios para que se apiade también de nosotros, y no sólo de aquel al que queríamos juzgar y condenar, porque probablemente nosotros mismos necesitamos más la misericordia divina que nuestro semejante, y con esto haremos que esa terrible tentación desaparezca.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Tâlcuiri din Sfânta Scriptură pentru fiecare zi din an, traducere din limba rusă de Adrian şi Xenia Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, 2011, p. 59)