El misterio divino de la verdadera humildad
“Hasta el más puro y más perfecto de los hombres guarda en su interior algo de orgullo”.
La verdadera humildad es un misterio divino: es algo inalcanzable para nuestras simples acciones humanas. Ya que representa la sabiduría más excelsa, la humildad parece una locura para la razón material del hombre.
Nuestro Señor Jesucristo le revela el misterio de la humildad a Su verdadero discípulo, quien yace permanentemente a Sus pies y está atento a Sus vivificadoras palabras. Y, siendo revelada, la humildad permanece oculta; es algo difícil de entender para el lenguaje y la palabra humana.
La humildad es la vida celestial en la tierra. Gratífica y maravillosa visión de la grandeza divina y de las incontables bondades de Dios para con el hombre; conocimiento por la Gracia del Redentor; discipulado con renuncia a uno mismo; reconocimiento de las honduras de la perdición en la que ha caído la humanidad… Estos son los signos visibles de la humildad, los primeros rasgos de esta morada espiritual levantada por Dios-Hombre.
La humildad no se ve humilde a sí misma. Al contrario, ella siente que hay soberbia en su interior. Y se dedica a buscar con esmero todas las ramificaciones de esta pasión; al descubrirlas, se da cuenta de que aún hay más por encontrar.
El muy venerable Macario de Egipto, a quien la Iglesia llama “el Grande”, por sus excelsas virtudes, pero sobre todo por su inmensa humildad, un verdadero portador del Espíritu y de las señales que vienen de lo Alto, dijo, en sus sublimes, santas y profundas homilías, que “hasta el más puro y más perfecto de los hombres guarda en su interior algo de orgullo” (Homilía VII, capítulo IV).
Este justo de Dios alcanzó el nivel más alto de la perfección cristiana; vivió en un tiempo abundante en santos, vio a San Antonio el Grande —el más grande de todos los santos monjes— y dijo, sin embargo, que no había conocido a ningún hombre que pudiera ser llamado “perfecto” por completo y en el verdadero sentido de la palabra (Homilía VIII, capítulo V). La falsa humildad se considera humilde a sí misma, y se consuela de forma absurda y lamentable con esa visión engañosa y que pierde al alma.
(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, Despre înșelare, Editura Egumenița, Galați, 2010, p. 110)