Palabras de espiritualidad

El monje Atanasio Păvălucă y la exaltación de Dios con los Salmos

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

¡Todo lo que respira alabe al Señor!” (Salmos 150, 3-5)? Luego, ¿cómo podría callar yo, si todo lo creado glorifica al Señor?

El padre Atanasio fue pastor de ovejas en el Monasterio Neamţ (Rumanía) durante casi cincuenta años, convirtiéndose en un verdadero modelo de obediencia, paciencia y oración. Todo el tiempo caminaba con el rebaño, llevando la cabeza descubierta y el Salterio en su morral, repitiendo de memoria los Salmos de David, según el ejemplo que le diera el anciano Jorge Lazăr, mentor suyo. Sus únicas pertenencias eran unos cuantos libros, que llevaba siempre consigo al adentrarse en la montaña.

Una vez, su discípulo le preguntó:

—Padre Atanasio, ¿por qué ama tanto Usted el Salterio?

—Quien no sea capaz de repetir de memoria los Salmos, ese no es un monje, respondió el anciano.

—Pero, ¿desde cuándo se los sabe de memoria?

—Cuando tenía veinte años y caminaba entre los montes con las ovejas, me aprendí el Salterio de memoria, siguiendo el mandato del anciano Jorge. Desde entonces lo repito sin detenerme.

En otra ocasión, su discípulo le preguntó:

—Padre Atanasio, ¿alguna vez dejó sin terminar la lectura del Salterio?

—Por la misericordia de Dios, desde que soy monje no recuerdo haber comido alguna vez sin antes haber terminado de leer el Salterio.

—Pero, ¿por qué canta los Salmos, padre Atanasio?

—¿Has olvidado las palabras del profeta David: “Alabadle con cánticos y con laúdes. ¡Todo lo que respira alabe al Señor!” (Salmos 150, 3-5)? Luego, ¿cómo podría callar yo, si todo lo creado glorifica al Señor?

(Traducido de. Arhimandrit Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, p. 598)