Palabras de espiritualidad

“El Nacimiento del Señor, bendición para padres e hijos”. Carta pastoral de Su Beatitud Daniel, Patriarca de Rumanía

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

El amor a los niños es el principio de la comprensión del amor paternal de Dios para con la humanidad.

† Daniel

Por la Gracia de Dios, Arzobispo de Bucarest, Metropolitano de Muntenia y Dobrogea, Lugarteniente del Trono de Cesárea de Capadocia y Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana.

Piadosísima comunidad monástica, muy venerable clero y cristianos ortodoxos de la Metropolía de Bucarest

Gracia, paz y alegría de nuestro Señor Jesucristo, y de parte nuestra, paternales bendiciones.

“Los niños se alegran con su madre, el esposo con su mujer, ella con todos, y todos juntos se gozan en Dios” [1]

Piadosísimos y muy venerables Padres,

Amados fieles,

En la Fiesta de la Natividad celebramos el misterio del alumbramiento de Jesucristo por la Virgen María y, con este, el misterio de la bendición de los padres y los hijos.

La forma que utilizan los Santos Evangelistas Mateo (1, 18-25; 2, 1-22) y Lucas (2, 1-20) para hablarnos del Nacimiento del nuestro Salvador Jesucristo en Belén, nos demuestra cuánto valora Dios a la familia.

Cuando el Hijo eterno de Dios deviene en Hijo del Hombre, nos revela el misterio de que nadie puede ser un hombre verdadero si no es hijo de alguien.

El Niño Jesús es, a la vez, Hijo de Dios e Hijo de María. Él nace eternamente del Padre Celestial, sin una madre, pero con el tiempo, como Hombre, vino a nacer de una virgen, pero sin padre. Como Hijo del Padre eterno, Él es el Hijo de Dios. Como Hijo de María, Él es el Hijo del Hombre (Mateo 9, 6; 10, 23; 11, 19; 12, 8).

Cuando el Hijo eterno de Dios deviene en Hombre, Él se muestra al mundo como un Niño, no como adulto. Desde luego, el Hijo de Dios, siendo Todopoderoso, podía hacerse hombre con la forma de adulto, evitando el nacimiento y la infancia, creándose una humanidad propia ya adulta, tal como creó la de Adán, al comienzo del mundo. Pero no lo hizo.

¿Para qué? Para demostrarnos que Él no viene al mundo como un hombre afuera de la humanidad existente, sino desde su interior, porque el inicio de Su existencia histórica como Hombre-Niño fue el espontáneo don de Dios-Padre (Juan 3, 16) y el don de Su Madre, la Virgen María.

El amor de Dios es, al mismo tiempo, todopoderoso y humilde. Él, que es Infinito, viene ser contenido en un pesebre, el Eterno se convierte en niño.

¿Por qué un niño? Porque un niño no puede hacer nada por sí mismo: no se puede alimentar solo, no se puede cobijar solo, no se puede defender solo; su vida depende completamente del amor abnegado y el cuidado de quienes le rodean.

Con su sola presencia, el niño llama la atención o invita a quienes le rodean —en primer lugar, a sus padres, pero también a otras personas— a que no vivan solamente para sí mismos, a que no se preocupen solamente de sí mismos y a que no piensen sólo en sí mismos.

El niño convoca a los que le rodean para que le den y también para darse, y para que desciendan a un pensamiento más humilde, a un sentir más puro, a una alegría más santa.

El niño se hace hombre cuando se encuentra con la humanidad de otro hombre. El niño se desarrolla según lo que reciba.

Procreando, cuidando y formando a sus hijos, los hombres no viven ya para sí mismos, sino para otros; su vida se torna en entrega y en comunión de amor.

El justo José, aunque no es el padre físico de Jesús, se convierte —con todo— en padre o mentor, gracias a su dedicación al Pequeño recién nacido.

Por medio del amor abnegado a los niños, un extraño puede hacerse padre suyo; por el contrario, si le falta ese amor y esa entrega, un padre natural puede llegar a convertirse en un extraño para sus propios hijos.

No puede ser padre quien sea incapaz de amar a los niños, y el que no puede ser padre, no puede llegar ser un hombre pleno.

Aunque nuestro Señor Jesucristo no tuvo hijos al llegar a adulto, sí que tuvo discípulos e hijos espirituales, a quienes les dijo: “Dejad que los niños vengan a Mí, y no se lo impidáis porque de los que son como estos es el Reino de los Cielos” (Mateo 19, 14).

El amor a los niños es el principio de la comprensión del amor paternal de Dios para con la humanidad.

Y si un niño no siente el amor paternal de quienes le rodean, tampoco podrá sentir el misterio del amor paternal de Dios por los hombres, invocado en la oración del Padre nuestro.

El Santo Apóstol Pablo nos dice, igualmente, que el propósito de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo es nuestra adopción espiritual: “Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la condición de hijos adoptivos. Y como prueba de que sois hijos, Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre! De suerte que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por Jesucristo” (Gálatas 4, 4-7).

Amados hijos e hijas espirituales,

Dios-Hijo deviene en Hombre-Niño, para revelarle a la humanidad el misterio del amor de Dios-Padre por el Hijo y por todos los hombres. En Su Hijo eterno, hecho Hombre, Dios-Padre ama a todos los hombres con un amor paternal y eterno.

El Niño Jesús nace en Belén de Judea en un pesebre, porque en la casa de huéspedes ya no había lugar. Así, el establo se convierte en el albergue de la Madre y el Niño.

Los humildes pastores que velaban cuidando sus rebaños de ovejas en los pastizales aledaños a Belén, reciben una bendición inesperada: la visita y los cánticos de los ángeles (Lucas 2, 8-20). La humildad y la bondad de sus corazones los convirtieron en mensajeros o misioneros del misterio del Nacimiento del Niño Jesús.

Si el rey Herodes no le ofrece nada al Niño Jesús, Dios envía magos o reyes de países lejanos, para que le ofrezcan al Niño sus dones: oro, incienso y mirra.

Aún más: el rey Herodes es hostil con el Niño Jesús y, para librarse de Él, ordena que miles de inocentes criaturas sean asesinadas, pero el ángel del Señor salva al Niño, valiéndose del refugio o exilio en un país extranjero, en Egipto (Mateo 2, 13-14).

Cuando la maldad de los coterráneos se acrecienta, Dios hace de un territorio extraño patria para el Niño Jesús, para María, Su madre, y para el justo José.

Y se quedan en Egipto hasta la muerte de Herodes. Posteriormente, regresan a Tierra Santa y se establecen en la ciudad de Nazaret (Mateo 2, 20-23).

Vemos, entonces, que debido a todos los peligros que enfrentan los niños en el mundo actual, se necesita de un cuidado especial para proteger sus vidas. Y cuando los padres creyentes piden el auxilio de Dios, el ángel del Señor les enseña, los ayuda a encontrar el camino que lleva a la vida.

Aquí se demuestra el estrecho vínculo que hay entre la inocencia del niño y la bondad del ángel guardián. Por eso, el niño criado por padres devotos le pide a su ángel custodio: “¡Acompáñame en todo lugar y protégeme del mal!”.

Cristianos ortodoxos,

El Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo como Niño en una familia pobre materialmente y que emigra, nos llama a prestar una atención especial a la familia, en general, y a la familia cristiana, en especial.

La familia es la corona de la creación y el lugar o el medio en el cual el hombre empieza a entender el misterio del amor y de la bendición paterna de Dios para la humanidad.

Desde siempre, la familia ha ocupado un lugar central en la doctrina cristiana, representando el contexto más valioso e íntimo para el cultivo del amor conyugal, paterno, filial y fraterno.

La familia es bendición e ícono del amor de Dios para la humanidad, un espacio sacro de la obra de la Gracia de la Santísima Trinidad orientada a la vida y el amor eterno. En familia, la relación padres-hijos se entiende especialmente desde la perspectiva de la relación del hombre con Dios.

Los niños no nacen solamente para una vida terrenal, sino para que puedan devenir, por medio del Bautismo, en hijos de Dios por la Gracia (Juan 1, 12-13) y alcanzar la vida eterna del Reino de la Santísima Trinidad, por medio de la fe y la práctica de las virtudes.

En la sociedad contemporánea, la familia cristiana vive en medio de un mundo indiferente o confuso, desde el punto de vista de lo espiritual, viéndose acechada, a menudo, por considerables retos y crisis como la pobreza, la migración, el desempleo, el alcoholismo, las drogas, la depresión, el divorcio y la incertidumbre ante el día de mañana.

Por este motivo, el Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rumana proclamó el 2020 como “Año de homenaje al trabajo pastoral con padres e hijos” y “Año conmemorativo de las actividades filantrópicas ortodoxas rumanas en todo el territorio del Patriarcado Rumano”.

Actualmente, cuando se nos proponen “modelos” ajenos de valores cristianos, es necesario afirmar con determinación la santidad del matrimonio, la solidaridad en familia y entre familias, la dignidad de la maternidad, la paternidad, la filiación y la hermandad, con los dones del amor de Dios, que deben ser cultivados en comunión con el amor y la corresponsabilidad.

Conociendo los retos actuales que debe enfrentar la familia cristiana, los sacerdotes ortodoxos están llamados a confortar y apoyar a las familias que llevan una forma de vida auténticamente cristiana, socorriendo material y espiritualmente a las familias con muchos hijos, así como a las que son monoparentales o que atraviesan una situación difícil. Además, deben alentar a los fieles a que contribuyan a apoyar a las familias más necesitadas y en la formación moral-religiosa de los niños de su comunidad.

De igual manera, los padrinos de Bautismo y de Matrimonio deben recibir una orientación espiritual adecuada para que puedan entender la envergadura de la dignidad y responsabilidad de ser padres espirituales para los niños bautizados y las nuevas familias cristianas, para que todos crezcan en la fe y las virtudes.

Al mismo tiempo, el auxilio a los enfermos, los ancianos y los más necesitados representa no solamente un deber moral de cada cristiano como manifestación de su amor al prójimo, tal como nos lo enseña nuestro Señor Jesucristo en la Parábola del buen samaritano, sino también una actividad vital de la misión de la Iglesia en la sociedad.

Ya que el Hijo de Dios vino al mundo para sanar “todas las enfermedades y dolencias de la gente” (Mateo 4, 23), la Iglesia fundada por Cristo, “Médico de nuestros cuerpos y almas”, y constituida por el Espíritu Santo en el Pentecostés como comunidad divino-humana (Hechos cap. 2), es un hospital espiritual para sanar tanto las enfermedades espirituales o pasiones, como los padecimientos de orden físico, por medio del Sacramento de la unción de los enfermos (Santa Unción) y su cuidado.

A lo largo de la historia, la Iglesia Ortodoxa Rumana ha desarrollado una rica obra de asistencia social y filantrópica, edificando centros sociales, hospitales y escuelas, hogares para niños, asilos para ancianos, albergues para pobres, etc..

Siguiendo el ejemplo de nuestros antepasados, aprovechemos el tiempo de la fiesta de la Natividad del Señor, de manera que podamos llevar alegría a nuestros padres e hijos, así como a aquellos que necesitan de nuestra asistencia. Dediquemos una atención especial a las familias con muchos hijos, y también a las personas solas, a los pobres, a los enfermos, a los ancianos, a los desesperanzados, a los que están de duelo y a los que sufren, ofreciéndoles una señal del amor de Cristo por ellos, una buena acción y un buen consejo.

La luz de Belén nos llama, así, a dar siempre, en nuestro contexto, con palabras y hechos, señales de esperanza, solidaridad y comunión fraterna.

Como en los años precedentes, en la noche del 31 de diciembre de 2019 al 1 de enero de 2020, y en el día de Año Nuevo, elevemos oraciones de gratitud a Dios por todas las bendiciones recibidas en el año que termina, y pidámosle Su ayuda para todo buen y útil emprendimiento que realicemos en el Año Nuevo 2020, en el que estamos entrando.

Recordemos en nuestras oraciones a todos nuestros connacionales que se hallan afuera de Rumanía, para que podamos conservar, en un amor de hermanos, la unidad de fe y de nación.

Con motivo de las Santas Fiestas de la Natividad del Señor, el Año Nuevo 2020 y la Epifanía del Señor, les enviamos nuestras bendiciones paternales y nuestros buenos deseos de salud, salvación, paz y regocijo, felicidad y auxilio por parte de Dios en la práctica de las virtudes, junto con el saludo tradicional: “¡Por muchos años!”.

“¡La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes!” (II Corintios 13, 13).

Orando por ustedes ante nuestro Señor Jesucristo,

† Daniel

Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana

Notas:

[1] Clemente de Alejandría, Pedagogul [Pedagogo], Cartea a III-a, Cap. XI, 67, în colecţia Părinţi şi Scriitori Bisericeşti, serie nouă, vol. 16, Editura BASILICA, Bucarest, 2016, p. 287.