Palabras de espiritualidad

El odio, esa barrera que nos separa de nuestros semejantes

  • Foto: Stefan Cojocariu

    Foto: Stefan Cojocariu

Translation and adaptation:

Son tan graves los pecados que carga cada uno de nosotros, que tendríamos que dedicarnos, hasta nuestro último aliento, a tratar de disipar la animadversión y la enemistad que nos aleja los unos de los otros.

Es tan desconocido lo que nos depara el futuro y hay tanto sufrimiento en este camino, que la ley de cada día tendría que ser solamente el amor, la compasión.

¿Por qué las personas se tratan tan mal, por qué se atormentan mutuamente? ¿No les basta con el lienzo del cielo? Son tan graves los pecados que carga cada uno de nosotros, que tendríamos que dedicarnos, hasta nuestro último aliento, a tratar de disipar la animadversión y la enemistad que nos aleja los unos de los otros.

¡Hay tanta belleza en este mundo! Pero, ciegos, los hombres no la aprecian, no la ven. La tendencia a hacer el mal es tan fuerte, que, para poder vencerla, hizo falta el gran amor y el sacrificio del Dios hecho Hombre.

Hay personas sinceras, y también hay personas astutas, perversas. Es desgarradoramente triste ver cómo, entre los hombres, como también entre los pueblos, el camino del engaño abre paso a quienes lo emplean.

La vida suele ofrecernos a menudo el siguiente espectáculo: el hombre bueno y puro es la presa del perverso. Y es que este último no puede vivir sin una presa. La moral pública elogia y recompensa el actuar del perverso, que en nada se diferencia de la conducta de un lobo corriendo detrás de un cervatillo en una ladera cubierta por la nieve.

¿Por qué hay gente a la que le gusta acechar y “cazar” a sus semejantes? ¿Por qué creen que tendrán un lugar en el mundo solamente cuando desaparezca el otro? Tu lugar, el sitio de tus propios dones no te lo puede arrebatar nadie. Es algo que se te dio junto con la vida.

(Traducido de: Ernest Bernea, Îndemn la simplitate, Editura Anastasia, 1995, pp. 13-14)


 

Leer otros artículos sobre el tema: