Palabras de espiritualidad

El orgullo le impide al hombre ver su vida con objetividad

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

No existe nada que alegre tanto al maligno como el orgullo: los orgullosos llevan grabado en la frente su sello. El demonio trabaja con perseverancia en sembrar, incluso en nuestras mismas virtudes, la maleza de la vanidad.

El que se envanece se convierte en adversario de Dios, ya que el mismo Señor nos dio ejemplo de la más profunda humildad cuando, tomando un paño, se puso a lavarle los pies a sus discípulos.

El orgullo nubla el entendimiento y nos arroja al vacío de las maldades. De todas las perversiones, el orgullo es la más terrible, llegando a tomar el lugar de las demás. Muchas veces podemos ver a quienes se hallan sometidos a esta debilidad, siendo capaces de llevar una vida llena de esfuerzo y abnegación. Y es que el maligno, cazando al hombre con el orgullo, no sólo no le entorpece en su aparente devoción, sino que hasta le ayuda en ella, para que, llevándolo a envanecerse, le resulte más fácil arrojarlo a las profundidades de la perdición.

No existe nada que alegre tanto al maligno como el orgullo: los orgullosos llevan grabado en la frente su sello. El demonio trabaja con perseverancia en sembrar, incluso en nuestras mismas virtudes, la maleza de la vanidad. A los que oran los tienta con la misma oración, imbuyéndoles un concepto distorsionado y muy elevado de sí mismos. A los que perseveran, los tienta con sus mismos afanes; a los devotos, con su misma devoción; a los que ayunan, con el mismo ayuno; a los misericordiosos, con sus buenas obras; a los que aman la paz, con el sosiego; a los moderados, con la misma moderación, etcétera. El maligno caza a todos los que puede con el orgullo, sembrando en cada uno la maleza de la arrogancia. ¿Cómo arrancar de raíz esa cizaña? Nuestro Señor Jesucristo nos da la respuesta: “Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que les ha sido mandado, digan: Somos servidores que no hacíamos falta, hemos hecho lo que era nuestro deber.” (Lucas 17, 10).

(Traducido de: Cum să biruim mândria. Lecții de vindecare a mândriei din sfaturile Sfinților Părinți, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2010, pp. 115-116)