El orgullo y la humildad, dos polos opuestos
Debemos luchar desde jóvenes en contra de este “microbio”, antes de que genere “enfermedades crónicas” en nuestro interior, que luego serán imposibles de sanar.
El orgullo es el primero de los siete pecados capitales, así como la humildad es la virtud más grande de todas. Sin embargo, este pecado es tan complejo, tan ambiguo, tan pérfido, tan nocivo, tan perverso y tan destructivo, que incluso muchos de los santos fueron tentados por él. No hay una sola persona en este mundo que no haya sido tentada por el demonio de la vanidad, desde el niño mas pequeño, hasta el anciano más venerable en edad; desde el hombre más simple, hasta el más culto de todos. El pecado del orgullo consiste en auto-sobre-dimensionar nuestra propia persona.
Somos orgullosos y cometemos este pecado, cuando nos atribuimos méritos o dones que, de hecho, no son nuestros; cuando nos envanecemos ante los demás por lo que hemos hecho, sin pensar que fue Dios quien nos permitió realizar todo eso; cuando nos enfadamos con cualquier persona y por cualquier motivo; cuando divulgamos cualquier cosa buena que nos parezca haber hecho; cuando ignoramos y nos reímos de los demás; cuando envidiamos y odiamos a quien sea mejor que nosotros; cuando murmuramos contra alguien, indiferentemente de si es cierto o no lo que decimos; cuando nos vestimos de forma llamativa para atraer la atención de los demás; cuando hablamos con los demás de nuestras aparentes virtudes, etc.
De este pecado provienen todos los demás… El reverso de este pecado es la virtud de la humildad. Toda la vida debemos luchar contra este pecado y estar atentos para que no nos atrape inesperadamente. Solo la sabiduría nos puede ayudar a reconocerlo y advertir su aparición en nuestra mente. Debemos luchar desde jóvenes en contra de este “microbio”, antes de que genere “enfermedades crónicas” en nuestro interior, que luego serán imposibles de sanar.
(Traducido de: Arhimandritul Ioachim Pârvulescu, Sfânta Taină a Spovedaniei pe înțelesul tuturor, Mănăstirea Lainici – Gorj, 1998, Editura Albedo, pp. 63-64)