Palabras de espiritualidad

Estemos atentos a los engaños del maligno

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Si alguien me preguntara. “¿Qué don te gustaría que Dios te concediera?”, respondería: “El espíritu de la humidad, que regocija mucho al Señor, más que todo lo demás”.

A todos les pido con fervor: permanezcamos en vigilia, llenos de contrición, y así conoceremos la misericordia del Señor. Y a aquellos que tienen visiones y creen en ellas, les ruego que entiendan que todo eso no es sino una muestra de su propio orgullo y de la oscura dulzura de la vanidad, cosas tan ajenas al arrepentimiento de un espíritu humilde. Esta es la mayor desdicha, porque sin humildad no es posible vencer al enemigo.

Yo mismo fui embaucado dos veces. En la primera, el enemigo me mostró una luz, y un pensamiento me sugirió: “¡Recíbela! ¡Es la Gracia!”. La segunda vez también tuve una visión, y sufrí mucho por ella. Era al final de la vigilia, cuando se canta: “Todo lo que respira alabe al Señor”, y sufrí mucho por ella, porque escuché cómo el rey David glorificaba a Dios en el Cielo. Yo estaba en el facistol y vi como si el techo hubiera desaparecido, al igual que el campanario... podía ver el cielo abierto sobre mí. Esto se los conté a cuatro hombres muy espirituales, pero ninguno me dijo que el maligno se estuviera burlando de mí. Yo mismo creía que los demonios no pueden glorificar a Dios y que, en consecuencia, esta visión no era una de naturaleza diabólica. El engaño de la vanidad me había atrapado... y una vez más llegué a ver demonios. Entonces entendí que todo era falso y se lo conté a mi padre espiritual, pidiéndole que orara por mí. Y, gracias a sus oraciones, me libré de aquella tentación, y ahora le pido siempre al Señor que me conceda el espíritu de la humildad. Y si alguien me preguntara. “¿Qué don te gustaría que Dios te concediera?”, respondería: “El espíritu de la humidad, que regocija mucho al Señor, más que todo lo demás”. Por su humildad, la Virgen María se hizo Madre de Dios y es exaltada mucho más que todo lo que hay en la tierra y en el cielo. Ella se abandonó completamente a la voluntad de Dios: “He aquí la sierva del Señor” [Lucas 1, 38], dijo ella, y todos debemos imitarla.

(Traducido de: Sfântul Siluan Athonitul, Între iadul deznădejdii și iadul smereniei, Editura Deisis, Sibiu, 2001, p. 214)