Palabras de espiritualidad

El orgullo y su manifestación en el pecador

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

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Perturbarnos por causa de una pasión es una necedad, una cosa que proviene del orgullo, porque desconocemos nuestro propio estado espiritual.

Se equivocan profundamente quienes, hallándose bajo la influencia de las pasiones, esperan de sí mismos la pureza. Y, debido a que tienen una expectativa tan absurda, originada en una errada idea de sí mismos, se dejan inundar por una terrible turbación cuando se hace evidente el pecado que vive en su interior. Entonces les parece —por causa de esa mala interpretación de sí mismos— que la aparición de aquel pecado es algo extraordinario, algo que no tiene por qué ocurrir. Y, con todo, la aparición del pecado, en sus pensamientos, en sus sentidos, en sus palabras y en sus acciones —y no se trata del pecado mortal o del pecado cometido con toda la disposición del individuo, sino de la dispersión— es una aparición lógica, natural, necesaria.

Si nos perturba alguna pasión”, dice el anciano Doroteo, “no nos debemos dejar aturdir por ella. Porque perturbarnos por causa de una pasión es una necedad, una cosa que proviene del orgullo, porque desconocemos nuestro propio estado espiritual y tendemos a huir del esfuerzo, como dijeran los Santos Padres. Precisamente por eso es que no avanzamos, porque no conocemos nuestros límites y no tenemos la paciencia necesaria en las cosas que hacemos, sino que siempre buscamos la forma de obtener todo con el mínimo esfuerzo. ¿Por qué se perturba el pecador cuando una pasión le ataca? ¿Por qué se intranquiliza? Te hiciste con ella, vive en ti... y aún así te perturbas cuando se hace evidente. Ves cómo acciona en tu interior y te preguntas por qué lo hace. Lo mejor es que seas paciente, te esfuerces y ores mucho”.

Nuestro asceta ruso, el stárets Serafín de Sarov, nos explica cómo debemos enfrentar las tentaciones: “Debemos humillar nuestra alma, en lo que respecta a sus impotencias y debilidades, sufriendo sus defectos de la misma forma en que sufrimos los demás, pero sin holgazanear, sino esforzándonos en obtener cada vez cosas mejores. Si comiste de más o hiciste algo parecido, algo emparentado con la debilidad humana, no te perturbes y no sumes mal al mal. Al contrario, esfuérzate con valentía en corregirte, buscando cómo mantener la paz espiritual, de acuerdo a lo que dijera el Apóstol: ¡Dichoso aquel que no se juzga culpable a sí mismo al decidirse! (Romanos 14, 22)”.

(Traducido de. Sfântul Teofan Zăvorâtul, Pravila de rugăciune, Editura „Credinţa strămoşească”, 2003, pp. 33-34)

 

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