El origen de los malos pensamientos
No permitamos que de nuestro corazón salgan malos pensamientos, y los que salgan, cortémoslos y arrojémoslos lejos de nosotros.
“Del corazón brotan los malos pensamientos”. Pero ¿de dónde vienen al corazón? Su origen está en el pecado que vive en nosotros, y sus diferencias, proliferación y características conciernen a las decisiones de cada quien. ¿Qué se puede hacer, entonces? Renunciar a todo lo que depende de los caprichos de nuestra propia voluntad. Esto es como empezar arrancando las hojas de un árbol, para después podar las ramas enteras y cortar el tronco hasta llegar a donde están las raíces. Después, hay que impedir que aparezcan nuevos brotes; con esto, la raíz terminará secándose tarde o temprano. En otras palabras, no permitamos que de nuestro corazón salgan malos pensamientos, y los que salgan, cortémoslos y arrojémoslos lejos de nosotros. Así es como el pecado que hay en nuestro interior empezará a debilitarse y pronto quedará estéril, incapaz de multiplicarse.
Este es el sentido del mandato: “Permaneced atentos, velad. Estad atentos a vosotros mismos. Encended el centro de vuestros pensamientos”. La lucidez debe combinarse con la prudencia. ¿Por qué? Porque del corazón brotan no solamente cosas malas, sino también cosas buenas. Sin embargo, no todas las cosas buenas que nos inspira en el corazón tienen que ser realizadas. Es la prudencia, o justa medida, la que decide qué debemos realizar y qué no. Este equilibrio es como el cuchillo del jardinero, que corta algunas ramas y a otras las injerta.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Tâlcuiri din Sfânta Scriptură pentru fiecare zi din an, Editura Sophia, București, pp. 121-122)