El Paraíso es el amor de Dios
El árbol de la vida es el amor de Dios, del cual cayó Adán, sin poder volver a gozar de él, sino tan sólo trabajar y derramar el sudor de su frente sobre la tierra llena de espinas. Todos los que han sido privados del amor de Dios, es decir, del Paraíso, se alimentan de su trabajo en medio de las espinas, con el pan de su sudor, aunque anden el camino recto de las virtudes.
El Paraíso es el amor de Dios. En él se encuentra la plenitud de toda felicidad. En este Paraíso, el feliz Pablo se alimentó con alimento espiritual. Y después de gustar del árbol de la vida, clamó diciendo: “lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, Dios preparó para los que le aman.” (I Corintios 2, 9). Del mismo árbol de la vida fue impedido Adán, gracias al consejo del maligno.
El árbol de la vida es el amor de Dios, del cual cayó Adán, sin poder volver a gozar de él, sino tan sólo trabajar y derramar el sudor de su frente sobre la tierra llena de espinas. Todos los que han sido privados del amor de Dios, es decir, del Paraíso, se alimentan de su trabajo en medio de las espinas, con el pan de su sudor, aunque anden el camino recto de las virtudes. Es el pan que Dios permitió a nuestro protopadre comer, después de su caída. Luego, hasta que encontremos nuevamente el amor, nuestro trabajo seguirá siendo en esta tierra de espinas, en la cual sembramos y segamos, aunque nuestra semilla sea una de justicia. Esas espinas nos dañan constantemente y, aunque corrijamos nuestro camino, no dejaremos de vivir en medio de ellas y trabajar con nuestro sudor.
Sin embargo, cuando en medio de todo esto descubrimos el amor de Dios, nos alimentamos de pan celestial y nos fortalecemos, sin trabajar hasta la agonía y sin esforzarnos como lo hacen los que no aman. Ese pan celestial es Cristo, Quien vino del Cielo a la tierra y nos otorgó la vida eterna. Y esta vida es el alimento de los ángeles.
El que ha descubierto el amor, se alimenta de Cristo cada día y cada hora, haciéndose inmortal (Juan 6, 58). Porque, “el que coma de este pan, vivirá por siempre”. Feliz de aquel que coma del Pan del Amor, es decir, Cristo. Porque el que se alimenta de este amor, se alimenta de Cristo, del Dios de todo, como dice el apóstol Juan, al afirmar que “Dios es amor” (I Juan 4, 8). Así pues, el que vive en amor, recibe por parte de Dios, cual fruto, la vida, y aún desde este mundo es capaz de presentir el aire de resurrección del que gozan los justos que ya descansan en el Señor.