El pasaporte que nos lleva a la vida eterna
El propósito, el único objetivo de nuestra vida radica en arrancar de raíz nuestras pasiones y sustituirlas con las virtudes que les son opuestas.
Para poder atravesar la frontera de un país, necesitamos tener un pasaporte. Del mismo modo, venciendo nuestras pasiones, alcanzamos otro estado, una especie de pasaporte para la vida eterna. Cada pasión es una enfermedad del alma, porque la envidia, la ira, la avaricia, etc., no son padecimientos del cuerpo, sino del alma. Si bien a todos nos interesa sanar nuestro cuerpo cuando estamos enfermos, es muchísimo más necesario sanar nuestra alma enferma. Por ejemplo, los monasterios existen para luchar contra las pasiones. Dicho de otra manera, ni siquiera los laicos están libres de esta lucha, si quieren salvarse. También en nuestra skete se libran grandes luchas. No hay nadie que se libre instantáneamente de sus pasiones. Hay uno que viene con orgullo, otro que sufre por causa del desenfreno, si no físico, con sus pensamientos; hay otro que es tan malo que no puedes pasar a su lado sin sentir temor; hay algún otro que es avaro y sufre con cada moneda que da, de manera que, en algún momento te preguntas: ¿para qué vino al monasterio? También hay alguno que se mantiene con hambre y todo el tiempo quiere estar comiendo… “¿No fuiste hace un rato al comedor?”, le preguntan. Y él responde: “Sí, ¿y qué? No comí gran cosa…”, y se encierra en su celda para consumir las viandas que lleva ahí, organizando comidas incluso después de almuerzo, y en la medianoche, etc. Así son las cosas. Son hombres que reconocen sus pecados y se arrepienten; pero, al comienzo, la enmienda es algo que lleva más tiempo. Los padres espirituales más experimentados los ven con comprensión: son principiantes, ¿qué más se puede esperar de ellos? Y ocurre que pasan veinte, treinta años, y vemos que ese esfuerzo no fue en vano. El que comía mucho ahora ayuna mucho, el que era desenfrenado ahora guarda la pureza del cuerpo, el orgulloso se ha vuelto humilde, etc.
En el mundo, poco es lo que se sabe de esas luchas. A la pregunta de: “¿Qué hay que hacer para salvarnos?”, la mayoría responde que tenemos que pedirle a Dios que nos salve; en otras palabras, si oras, te salvas. Y no pueden ver más allá de esa idea. Pero es que la oración sola no salva a quienes viven sometidos a sus pasiones. El propósito, el único objetivo de nuestra vida radica en arrancar de raíz nuestras pasiones y sustituirlas con las virtudes que les son opuestas. Lo mejor es empezar esta lucha de la siguiente manera: aunque todas las pasiones nos son propias, algunas de ellas lo son en una medida mayor o menor que las demás. Tenemos que determinar cuáles de ellas predominan y armanos en su contra. Es imposible luchar contra todas las pasiones al mismo tiempo, porque nos podrían terminar aplastando. Lo importante es irlas derrotando una a una, sucesivamente. El hombre que alcanza la apatheia recibe una suerte de diploma que le otorga el derecho de entrar al Reino de los Cielos, en donde podrá dialogar con los ángeles y los santos. Pero quienes no sean capaces de vencer sus pasiones, no podrán entrar al Cielo, porque serán retenidos en los peajes etéreos.
(Traducido de: Filocalia de la Optina, traducere de Cristea Florentina, Editura Egumenița, Galați, 2009, pp. 76-77)