El pastor de almas
¡Que sean puestos en esta excelsa función solamente los hombres que superen a los demás en la virtud del alma!
El ayuno, la practica de dormir sobre el suelo desnudo, las vigilias extensas y todos los demás esfuerzos semejantes, pueden ser cumplidos fácilmente por muchos fieles, hombres y mujeres. Pero, cuando se trata de estar al frente de la Iglesia, cuando se trata de cuidar tantas almas, ¡que las mujeres se hagan a un lado, lo mismo la mayoría de hombres, porque se trata de una tarea demasiado elevada! ¡Que sean puestos en esta excelsa función solamente los hombres que superen a los demás en la virtud del alma, tal como Saúl era más elevado en estatura que los judíos (I Samuel 9, 2); y aún más! ¡No elijan para el sacerdocio a esos que superan en estatura a los demás solamente en una cabeza! Sino que, en la misma medida en que los seres irracionales se diferencian de los hombres, que así sea la diferencia entre el pastor y los pecadores, por no decir aún más. ¡Estamos hablando de algo de gran importancia!
El pastor que ha perdido sus ovejas, sea porque vino un lobo y se las llevó, o porque los ladrones se las robaron, o porque se enfermaron, o porque algo aparte les ocurrió, puede ser perdonado por el dueño del rebaño. Y, a la hora de rendir cuentas, los daños fácilmente se pagan con dinero. Pero, aquel a quien se le confió el rebaño de Cristo, ese sufre no un daño resarcible con dinero, sino uno que afecta a su propia alma.
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Despre preoţie, Editura IBMBOR, Bucureşti, 2007, p. 61)