Palabras de espiritualidad

El pecado, la necedad del hombre en aferrarse al mal

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El pecado es la obcecación del hombre por vivir en el dolor, es la obsesión del placer que trae sufrimiento, es nuestra imposibilidad de abrir las manos y soltar las cadenas de las pasiones, para abrazar a Aquel que nos espera desde siempre.

¿Qué podemos hacer con esas personas que ya no quieren dirigir su mirada al Cielo? La tragedia de nuestros días no es solamente la escoliosis obtenida con el pecado, sino también el efusivo deseo de las personas de quedarse con ella. Los hombres de hoy son incapaces de concebir la vida eterna, no quieren oír nada de unirse con Dios, ni de la verticalidad de las altursa celestiales. No sienten más el aire fresco del Paraíso y la Mano de Dios en su propia mano. Rechazan la idea del “milagro” y cargan sobre su espalda, hasta el último momento, la maldad de este mundo.

En cierta ocasión, mientras paseaba por las afueras de la ciudad, un anciano asceta vio a un monje arrastrándose sobre la tierra, unido por una gruesa cadena a un horrible demonio que caminaba delante de él. El pobre monje sufría horriblemente y clamaba implorando auxilio, pero la cadena que lo unía al demonio le impedía hacer cualquier movimiento. Estaba lleno de heridas, de sangre y de lágrimas. El anciano se detuvo y gritó al demonio: “¡En el nombre de Cristo, te ordeno que te detengas! Espíritu astuto y malvado, ¿cómo te atreves a arrastrar así, entre piedras y malezas, a este monje que lo único que ha hecho es dedicar su vida a Dios?”.

El demonio se detuvo, le dirigió una mirada llena de curiosidad al anciano, y le respondió: “Padre, yo solamente vengo arrastrando esta cadena, pero es el monje quien se aferra a ella con todas sus fuerzas. Lo único que tiene que hacer es abrir las manos y soltarse, para verse libre de tanto dolor. Pero él quiere ser arrastrado en este camino lleno de miseria”.

El pecado es el empecinamiento del hombre por vivir en el dolor, es la obsesión del placer que trae sufrimiento, es nuestra imposibilidad de abrir las manos y soltar las cadenas de las pasiones, para abrazar a Aquel que nos espera desde siempre, con añoranza, con los brazos abiertos. El hombre contrahecho es aquel que ha olvidado alzar la mirada al cielo, anestesiando el sentido de la eternidad que hay en su interior. Es el hombre que vive en la nimiedad de la materia como en el seno de la muerte, como en una prisión auto-impuesta, esperando, entre tanto sufrimiento, la llegada de la muerte eterna.

(Traducido de: Pr. Dr. Ioan Valentin Istrati, Lumina răstignită – Cuvinte pentru cei ce plâng, Editura Pars pro toto, Iaşi, 2014, pp. 198-199)

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