El pecado no tiene justificación
Si el pecado es un mal tan terrible en su esencia y tan mortal en sus consecuencias, ¿por qué pecamos con tanta facilidad? ¿Cómo hemos llegado a familiarizarnos tanto con nuestras propias faltas?
El pecado termina apartando al hombre de Dios, y, ya que el Señor es la felicidad de nuestro corazón, ese alejamiento de Él significa también la pérdida de nuestra alegría, lo cual nos lleva a vivir en un tormento eterno. Sin embargo, si el pecado es un mal tan terrible en su esencia y tan mortal en sus consecuencias, ¿por qué pecamos con tanta facilidad? ¿Cómo hemos llegado a familiarizarnos tanto con nuestras propias faltas?
¿Cómo es que nos hemos acostumbrado tanto a pecar, que, a día de hoy, la mayoría de personas considera el pecado como algo inevitable en la vida? ¿Cómo hemos podido y cómo podemos soportar la suciedad, el polvo y las arañas de la recámara de nuestros corazones, viviendo en una ciega indiferencia, en este caos, sumidos en la pestilencia de nuestras maldades?
En verdad, todo esto es difícil de entender. Indiferentes, ciegos con el alma, todos nos hemos vuelto unos insensibles ante los gritos de nuestra conciencia y el cuidado de nuestra propia salvación.
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Viața duhovnicească a creștinului ortodox, Editura Predania, București, 2010, p. 82)