El pecado que no puede ser perdonado
El maligno se inmiscuye de puntillas, y para poder expulsarlo deberás esforzarte mucho. Debes saber que su propósito es destruir tu vida.
Debes comenzar oponiéndote al enemigo que te atormenta, participando de los Sacramentos. En primer lugar, la Santa Confesión. Tienes que examinarte detenidamente, para poder encontrar ese punto a través del cual el maligno se cuela en tu interior. Después de confesarte, deberás asistir, necesariamente, a la Santa Unción. Luego, cada día ingerirás un poquito del aceite de este Sacramento y te ungirás con él. Deberás, también, comulgar cada domingo.
El maligno se inmiscuye de puntillas, y para poder expulsarlo necesitarás esforzarte mucho. Debes saber que su propósito es destruir tu vida. Cualquier pensamiento de suicidio viene de él, y es él quien te susurra que esa es la única solución. ¿Acaso ignoras que el suicidio significa perder tu alma para la eternidad? Este es el único pecado que no puede ser perdonado. Destruye tanto el cuerpo como el alma. Así, no aceptes tales pensamientos. Y aunque el maligno te lo susurre con insistencia, para trabajarte, debes saber que esos pensamientos no son tuyos. Entonces, haz como si no lo escuchas, golpeándolo con la oración: “¡Señor, ten piedad de mí!”.
(Traducido de: Arhimandritul Ioan Krestiankin, Povăţuiri pe drumul crucii, Editura de Suflet, Bucureşti, 2013, pp. 53-54)