El pecado sin confesar, herida mortal para el alma
Hay quienes no van a confesarse, porque ocupan puestos importantes y son personas de prestigio. Les da vergüenza.
Hay quienes no van a confesarse, porque ocupan puestos importantes y son personas de prestigio. Les da vergüenza. Pero veamos el ejemplo que nos da el obispo Potamio. Era un hombre ya mayor, lleno de virtudes, un ejemplo de integridad. Sin embargo, cayó en pecado. Dándose cuenta de su falta, pensó en cómo arrepentirse ante el sínodo de todos los obispos, que en pocos días debía reunirse en aquella ciudad. Así, cuando se inauguró el concilio, Potamio fue propuesto y escogido para presidirlo. ¿Pero qué pasó? Que en su corazón se encendió una lucha terrible entre la vergüenza y la compunción de corazón. Por un lado, la vergüenza le desaconsejaba compartir con los otros su error. El arrepentimiento, por otra parte, le instaba a no demorar aquello que había prometido. “¿Es que no te ruborizas ante esta gente?”, le decía la vergüenza. “¡No, te avergüenzas de Dios!”, le repetía la contrición. “¡Recuerda que eres un obispo! ¿Quieres provocar confusión entre todos estos?”, le repetía la vergüenza. “Precisamente por eso, porque eres un jerarca, debes dar un ejemplo a seguir!”, le decía el arrepentimiento. Finalmente, este último resultó vencedor, ahuyentando a la vergüenza. Potamio se levantó de su sillón episcopal y confesó su pecado ante todos los demás jerarcas. Hasta los mismos ángeles del Cielo se maravillaron de aquella muestra de coraje.
Si un obispo venció la vergüenza y confesó su falta ante la asamblea de prelados, ¿por qué habríamos de avergonzarnos nosotros, confesando nuestros pecados ante un sacerdote de Dios? No hay que olvidar que, una vez confesados, dejan de ser pecados. Cuando David confesó sus pecados a Natán, recibió inmediatamente el consuelo: “Dios perdona tu pecado” (2 Samuel 12, 13). El pecado que no se confiesa queda sin ser personado, volviéndose una herida mortal para el alma. ¡Atrevámonos, pues, a confesarnos!
(Traducido de: Arhimandrit Serafim Alexiev, Leacul uitat – Sfânta Taină a Spovedaniei, Traducere din limba bulgară de Gheorghiță Ciocioi și Petre-Valentin Lică, Editura Sophia, București, pp. 73-75)