El poder de una humilde lágrima de arrepentimiento
“No digas en tu corazón: me es imposible llegar a obtener la pureza de la castidad, después de haber caído de tantas formas en la corrupción y en la necedad del cuerpo”.
La contrición y el Sacramento de la Confesión sanan las heridas del alma. Inspirada por el Señor y acompañada de suspiros y constantes remordimientos, la contrición disipa las pasiones. Así, completamente sano, el hombre alcanza la apatheia, como nos confía San Nicetas Estetatos: “No digas en tu corazón: me es imposible llegar a obtener la pureza de la castidad, después de haber caído de tantas formas en la corrupción y en la necedad del cuerpo”.
La castidad se puede volver a alcanzar con las lágrimas de contrición, que representan un segundo Bautizo. “Porque allí donde se persevera en los esfuerzos del arrepentimiento y en el ardor del corazón dentro de la dura lucha del sacrificio, y donde corren ríos de lágrimas nacidas de la humildad del corazón, allí se derriban todas las fortalezas, se apaga todo el fuego de las pasiones y se consuma el renacimiento de lo alto por la venida del Espíritu Santo; y el alma vuelve a hacerse palacio de la pureza y de la virginidad”.
Ese “volver a nacer” del hombre no se puede realizar sin la obediencia al médico espiritual, que nos sana en Cristo, el Señor: “Desobedecer al padre espiritual, despreciando el ejemplo del Hijo que se hizo obedientre al Padre hasta la muerte, y una muerte de cruz, significa no nacer desde lo alto”. Y es que dicho renacimiento “proviene de la obediencia al padre espiritual”.
(Traducido de: Mitropolitul Hierotheos Vlachos, Psihoterapia ortodoxă: știința sfinților părinți, traducere de Irina Luminița Niculescu, Editura Învierea, Arhiepiscopia Timișoarei, 1998, p. 320)
